La revista Viva nos alerta hoy sobre un tema dramático: la desesperanza entre nuestros jóvenes puede llevarlos a medidas extremas tales como el suicidio.
La información se apoya en una investigación y en cifras de la policía judicial.
Entre los resultados exhibidos llama la atención que, de 1986 a 1998, una cuarta parte de los suicidios ocurrió entre personas menores de 25 años.
Así, quienes optaron por acabar con su existencia lo hicieron en plena definición de su proyecto de vida.
Según los expertos, la desesperanza está ligada a la frágil vivencia de familia que tienen los jóvenes, el sistema educativo, los amigos que los rodean y los problemas económicos.
También influyen la televisión y los "cuidadores externos" o empleadas domésticas, que cada vez más sustituyen las relaciones de los muchachos con sus progenitores.
Todos estos factores no hacen más que generar o profundizar una sensación de desafecto o desinterés por la vida y la familia.
Sin embargo, no todo está perdido. Los investigadores hallaron que cuanto mayor sea el sentido de identificación y apoyo, menor será el riesgo de desesperanza.
Urge que nuestros adolescentes, con el respaldo de los padres y de quienes realmente los valoran como personas, hagan suyas las palabras de Su Santidad Juan Pablo II y se conviertan en "la sal y la luz" de nuestra sociedad.
Sal para dar gusto, sabor y sentido al proyecto de sus vidas. Y luz para dejar atrás cualquier vestigio o amenaza de oscuridad e irradiar mejores deseos y proyectos hacia sus congéneres.
Hagamos un esfuerzo por entenderlos y crear espacios para escucharlos antes de que sea demasiado tarde.