Esa fotografía que apareció ayer en la primera página de este diario nos acusa, y no hay defensa que valga.
Para la gran mayoría de costarricenses, un lote baldío, una calle sin acera, las playas o los ríos -no importa dónde estén-constituyen una luz verde para arrojar basura.
Con la mayor indiferencia y más bien con la "autorización" de una conciencia que presume estar tranquila, se lanza todo tipo de desechos, desde la envoltura de un confite hasta la refrigeradora que ya no sirve.
Uno de los ejemplos clásicos de esa desfachatez lo presenciamos a principios de cada enero, cuando el ciprés amarillento es desahuciado en cualquier lugar. Adquirirlo sí fue tarea nuestra... después no.
Es loable el empeño de la Fiscalía del Ambiente por impulsar legislación que llene los vacíos que impiden castigar a quienes contaminan el ambiente.
Sin embargo, la tarea es mucho más compleja pues requiere un cambio en la conducta de la población. Nada más difícil que modificar la mentalidad, pero hay que intentarlo.
Esta reorientación tiene que empezar en la casa, donde se debe sembrar la semilla del respeto al derecho ajeno, de la solidaridad y de la responsabilidad colectiva.
Hasta ahora, en nuestro país ha sido a la inversa, por lo cual toca a la escuela y el colegio meterse de lleno en esta labor de corrección.
La educación cívica debe poner énfasis en formar un ciudadano distinto, mas este reto también compete a toda la sociedad.
Costa Rica ha sido bendecida por Dios con una naturaleza rica en variedad de recursos.
Al acercarse el siglo XXI, está en nuestra conciencia acoger a natura o seguir en una guerra que perderemos.