Hoy hace 70 años, la vida espiritual religiosa y el sentido de la existencia en general se hicieron más fáciles y ricos, gracias a un querer de Dios revelado a un hombre. Entonces había una marcada separación entre la vida espiritual y las actividades del quehacer ordinario. El idealismo, en todas sus formas y manifestaciones, con sus independencias y autonomías y su influencia en el pensamiento, la vida y la cultura, había vuelto más difícil el acercamiento y la unión de la dimensión humana y la dimensión divina de la persona. A su vez, el liberalismo político había cerrado filas contra las riquezas de la fe y la guía de la Iglesia en los grandes problemas de la humanidad, y lanzado la religión al ámbito privado, desplazando al fiel al rincón de un templo oscuro y frío. Se creía erróneamente -hoy cada vez menos- que la vida sobrenatural y la vida corriente se desenvolvían en planos distintos, como realidades contrapuestas. Así, ese crecimiento espiritual cristiano se dejaba para los religiosos. Realmente no había por qué excluir la vida sobrenatural del laico de las estructuras temporales de la sociedad ni había por qué negar el reconocimiento de la soberanía de su Creador. Pero por fortuna vino aquella revelación un 2 de octubre de 1928. Un sacerdote joven y fiel, de apenas 26 años, la recibe: como uniendo lo temporal y lo eterno, hacer en este mundo la obra de Dios, un camino que el Todopoderoso siempre quiso, una maravillosa realidad teológica y pastoral: la santidad en la vida ordinaria, el vivir para El con ocasión del mundo, "sin ser mundanos". Nacía así el Opus Dei (Obra de Dios). O sea, la conversión del trabajo y de todas las actividades humanas en ocasión de un encuentro con el Creador, en ocasión de vivirlos para El. Y esta cristianización de la persona y de la sociedad se consagra hoy en el Concilio Vaticano II como uno de los pasos fundamentales de un cristianismo para el hombre y la mujer modernos, cuya existencia se desarrolla en el fragor de la calle.
Estructura. El Opus Dei, erigido como Prelatura Personal por Juan Pablo II, es una estructura jerárquica de la Iglesia, con su obispo, sus presbíteros y sus fieles, que son mayoría. Aquel sacerdote, el beato Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), lo explica así a casi 30.000 universitarios en 1967: "Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de un verdadero encuentro con Cristo (...) Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir." (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 1968, ps. 172-173 ). Es la actitud del cristiano de estar vigilantes, de hacer lo que se tiene que hacer.
Del núcleo de esta espiritualidad, dimanan como complemento obras concretas de bien social: institutos y centros de formación técnica, humana y espiritual para trabajadores; escuelas y colegios; clínicas de salud; universidades; escuelas familiares agrarias; escuelas de hotelería y para trabajadoras del hogar; residencias universitarias; institutos de formación para la familia; clubes juveniles; centros culturales; institutos de idiomas; institutos superiores para la administración de empresas; labores con indígenas y con personas de barrios socialmente y económicamente deprimidos... Varias de estas obras benefician ya a muchas personas en Costa Rica.
Riqueza. ¿Es que el Opus Dei es rico? Sí; pero en oraciones, en trabajo y en servicio. Y ¿qué enseña? Lo mismo que enseña la Iglesia. Por eso su apego, respeto y cariño a la jerarquía: el Papa, los obispos y los presbíteros, a quienes quiere servir con su carisma particular.
Esta cristianización en y desde el mundo y su misión de servicio a todos los hombres y mujeres, creyentes o no, se realizan en los cinco continentes. Para el cardenal López Trujillo, la labor del Opus Dei "significa para la Iglesia de América Latina un progreso de fidelidad: la única forma de progreso en la Iglesia". Y para Monseñor Romero, aquel arzobispo de El Salvador asesinado en el altar, el Opus Dei "es una mina para nuestra Iglesia". Asimismo, en Filipinas el cardenal Sin elogia el apostolado de doctrina que la Obra ejerce y que "puede hacer mucho por llevar a la práctica lo que el papa Juan Pablo II llama "la opción preferencial por los pobres" pues ayuda "de modo activo en el desarraigar las raíces de la pobreza de la gente, especialmente por su competencia profesional y técnica". Y en México, con motivo de una campaña difamatoria, el cardenal Corripio escribió en el periódico El Heraldo: "Quien difama al Opus Dei, difama a la Iglesia." Son numerosísimas las manifestaciones de reconocimiento y de apoyo a su labor espiritual y de promoción y cooperación.
Ojalá que el mensaje de esta revelación de 1928 de transformar el trabajo y los deberes de cada día-personales, familiares, profesionales y sociales-en algo bien hecho para Dios, sea acogido por muchos corazones deseosos de alcanzar una vida feliz aquí en la Tierra y una eternidad aún más dichosa.