Es interesante la iniciativa promovida por la Defensoría de los Habitantes de desestimular los programas violentos por medio de una excitativa a los anunciantes. Tanto o más relevante que la idea en sí es la reacción positiva entre empresarios, medios e instituciones. Estamos llegando a un consenso en el sentido de que no solo hay que atender el síndrome de la violencia, sino también la percepción de la violencia.
En Latinoamérica, probablemente sea nuestro país el que presenta la mayor diferencia entre el índice de criminalidad uno de los menores y la inseguridad percibida una de las más altas. No todo es achacable a los medios, por supuesto, porque hay en juego desde factores geográficos ser un país pequeño y centralizado hasta socioeconómicos y culturales el paso del campo a la ciudad, pero el efecto de los medios sobre la percepción de la realidad es una hecho comprobado por los más importantes investigadores.
Los estudios a largo plazo, realizados a partir de los cincuentas, demuestran que la televisión y su ficcionalización del crimen contribuyen a que la gente identifique el mundo como un lugar inseguro para vivir donde prevalece la ley del más fuerte. En los ochentas, la mezcla entre entretenimiento e información, en géneros como el talk show y los telenoticiarios sensacionalistas, también reproducen un círculo vicioso de inseguridad. La violencia es vista como la norma y no como la excepción.
Si bien la exposición a los medios es selectiva, indirecta y a largo plazo, es innegable que la televisión es el principal medio de diversión del tico, quien, en promedio, pasa conectado a ella más de cinco horas diarias. En este contexto hay que emular a la televisión de hace 30 años y preguntar: señor padre de familia, ¿sabe Ud. qué ven sus hijos?