Los estudiosos del fenómeno del poder han establecido el binomio gobernabilidad-ingobernabilidad como puntos enfrentados en un continuo y no como dos estadios absolutos. En un extremo del continuum está la gobernabilidad absoluta sistemas totalitarios como la monarquía absoluta o la dictadura de tipo "sultanista" como la de Somoza y en el otro la anarquía total.
Recientemente, La Nación publicó dos artículos relacionados con el tema: el rector Guillermo Malavassi (5/1/01) , a través de Platón y de Aristóteles, pretende establecer lo perverso de la democracia para atacar el sistema político y constitucional que nos rige desde 1949, y Jaime Gutiérrez Góngora (10/1/01) alaba el rasgo autoritario de un sistema político, el de Singapur, como sustento de su desarrollo económico. Ambos comentarios creo son inaceptables para los costarricenses.
Nada más falso. El argumento de la descomposición del sistema democrático es inválido, tal y como lo plantea Malavassi, porque señala una conjunción de factores llevados hasta posiciones extremas con la pretensión de transmitir un mensaje: el camino de toda democracia es la anarquía. Nada más falso. Las "democracias occidentales", los países ricos de Europa y de Norteamérica, ofrecen abundantes ejemplos de que la apertura a las libertades individuales y colectivas no impide al Estado y al Gobierno establecer una gobernabilidad suficiente para no caer en la anarquía. Ante el peso de la realidad, el enunciado del señor Malavassi "La democracia es ingobernable", es falso. Lo cierto sería decir, dentro de la línea de su argumentación, que es menos gobernable que la dictadura, pero mucho más deseable.
Respecto a la necesidad del autoritarismo para reconducir a un país hacia la prosperidad, el argumento es mucho más débil que el anterior. República de Irlanda, Japón, República Checa, Taiwán, España, Portugal y Grecia son ejemplos contundentes de que las medidas autoritarias no son necesarias para hacer progresar un país. En estos países la democracia, el diálogo entre las fuerzas sociales y las políticas públicas del Estado han sido acicate del progreso económico y político. Por tanto, el sacrificio humano, en explotación de la población y violación de los derechos humanos, que se tradujo en avances económicos de Singapur y Chile es un precio inaceptable para un pueblo, y solo resulta aceptable para sátrapas como Pinochet, Castro, Videla, Idi Amín y Milosevic.
Punto medio. Así, debe quedar claro que la democracia busca un punto medio entre la libertad absoluta del ser humano y su sumisión absoluta ante el gobernante; por eso no todas las veces funciona como deseamos, porque no es un régimen político de absolutos, sino el reino de lo relativo. Hay algo incuestionable en la historia del siglo XX: el fracaso de las pretensiones de crear regímenes inamovibles e incuestionables. La democracia pudo con el totalitarismo leninista de la misma forma en que venció el tradicionalismo de la Cámara de los Lores.
El sistema político democrático necesita como base de su funcionamiento la eficacia estatal, que legitima al sistema y al Estado. Si algo debemos criticar en Costa Rica, es la ineficacia del Estado y la deslegitimación que esta ha provocado, no las bases del sistema democrático, ya que las dudas de los ciudadanos sobre el mismo son las que han acarreado las desgraciadas dictaduras del siglo XX en Latinoamérica.
(*) Doctorando, Universidad de Salamanca