Hay que creer en el espíritu. El espíritu es aquella fuerza intangible que, a través de los días, acompaña lo real, ajusta y corrige la marcha de las cosas, preserva lo dicho y escrito como si todo fuese por primera vez. En esto pensaba mientras seguía las acciones de Yerma , de Federico García Lorca, a la par de un público expectante que colmaba el Teatro Nacional.
Dispuestas a capturar el espíritu lorquiano, Eugenia Chaverri y Jody Steiger idearon un espacio múltiple, una verdadera alianza expresiva de teatro, música, danza y video, que tuvo la virtud de resucitar al poeta andaluz, a 70 años de escribir la pieza que aquí vimos durante la tercera semana de abril.
Yerma , sin duda, retiene todavía una poderosa actualidad, capaz de prender la chispa polémica; y responde, claro, a ese imperativo categórico de su autor de que la poesía debe fusionarse -íntegra- con la vida.
Efecto túnel. Aurelia Dobles acierta en lo grande y en el detalle de su personaje. Dotada de una movilidad exacta, una dicción pura y un registro preciso de la psicología del personaje, frágil y recio a un mismo tiempo, Dobles transita la cornisa que apenas separa el deseo y el desvarío.
Yerma, la protagonista, es como varias mujeres de García Lorca (Mariana Pineda, Rosita, Bernarda Alba y sus hijas), una víctima de la conspiración oficial del machismo imperante.
A ella se le niega el derecho de ser madre, negación que la torna extraña a los ojos de los demás, de los demás que, en verdad, están muy lejos de ella, al otro lado del túnel de su mirada: efecto túnel se denomina hoy a tamaña mezcla de enajenación, soledad y censura que nos distancia del prójimo de manera abismal.
La obra, sin embargo, no es una apología de la derrota. Al contrario -y solo ahora podemos apreciar este lado oculto-, muestra los vaivenes de una agonía superada, reivindica el grito por fin de una rebelde con causa.
Nuevo concepto. Detrás de la creación de Yerma existe un enorme trabajo colectivo. Cada parte (actores, bailarines, la coreografía, la música, el vestuario), a través de su cualidad específica, enriquece la tarea de conjunto.
Chaverri y Steiger fueron conscientes de que el ilusionismo debía subordinarse al hecho dramático; no distraer como los efectos especiales en el cine, sino atraer al espectador hacia lo esencial: la representación.
Se trata de un nuevo concepto del ejercicio teatral, digno de elogio y de aplausos, estimulante en cualquier caso: me pareció, por ejemplo, que el propio espectador se mostraba más activo y partícipe que frente a las puestas convencionales.
No obstante, queda un misterio a flote. En el marco aireado y expansivo del escenario, uno puede observar el claustro que aísla a Yerma y que, no por invisible, resulta menos cierto. ¿Cómo explicarlo? No tengo la bola de cristal.
Quizás sea una astucia del arte que suele abrir la puerta cuando puede y la cierra cuando ya no es posible.