Recomiendan los viejos manuales moralistas que "para responder al Diablo, utiliza su idioma". Para replicar a una salida de tono desatada por el licenciado Ortuño ( La Nación, 8/2/00) habría que rebajarse, acomodarse a la distancia recorrida por don Fernando, desde su habitual arrogancia palaciega hasta el cotidiano exabrupto contenido en el brutal lenguaje de un capataz esclavista. Flores como "mentiroso, soez, vulgar, paniaguado..." lucen mal en el decir de un nieto del gachupín don Gaspar, figura honrada, como Dios manda, en billetes de 50 colones.
Cuando no hay razones, hay insultos. El ausente señorío, pues, es pieza de museo. Y no vamos a seguirle por tal ruta, por respeto a quienes nos enseñaron las escolares primeras letras.
Aún no ha leído El Quijote. Valga la oportunidad para aclarar que "gachupín o cachupín" se traduce, según el Diccionario de la Real Academia, como palabra que implica al "español establecido en América". Así, a secas. Don Fernando, al motivar el engendro de su artículo, ha querido relacionar ese normal calificativo con el despectivo acento que los mexicanos apuntan para tal expresivo y real concepto. A los ciudadanos de la República de México se les puede perdonar su crispación porque les recuerda al gachupín Hernán Cortés, padre, con la Malinche, del primer mexicano de la Historia. Al licenciado Ortuño podría reprochársele su versión porque al denostar a los gachupines está renegando de ancestros puros, de intrepidez nada común. Establecidos aquí, los abuelos de don Fernando trabajaron con denuedo, hicieron fortuna, le dieron lustre al apellido y posibilitaron la oportunidad de una heredad abultada que permitió a los herederos disfrutar de la vida sin apuros. Y en vez de carreta de Sarchí, se permiten la satisfacción de ocupar y asentarse en una carreta escocesa.
Ganarse los frijoles, o los garbanzos, trabajando honradamente largos años durante jornadas de 12 ó 15 horas diarias, sin siquiera resfriarse nunca, es muy distinto de ser paniaguado. Paniaguado, sí, es el agraciado por el esfuerzo de un abuelo gachupín. Cree el beneficiario burlón que todos son de su condición. Por cierto, en Costa Rica, a los españoles establecidos se nos denomina gallegos, como gallego le decían a don Gaspar, asunto que don Fernando olvida para tratar de herirme con su prepotente gachupinazo. Afirmar, como afirmé, que el apellido Ortuño dominó el Banco de Costa Rica no es una aseveración mentirosa, el propio contendor lo reconoce y explica. Y si a vulgaridades se refiere, don Fernando ha quedado retratado del cuerpo entero, en el comentario que contesto. Sólo agravios de su parte. De paso, deja entender entre líneas que no ha tenido tiempo todavía de leer El Quijote. Y si no ha aprendido aún de Cervantes, ¿ cómo ampliarle el contenido figurativo de una metáfora en la idea de dos barcos dirigiéndose a Costa Rica ? Débil arsenal de lenguaje y rabieta desbordante.
Si don Pepe no, ¿quién? Ni en primera ni en segunda salidas públicas, el distinguido abogado, exdiputado, exembajador, expresidente ejecutivo de Recope ha sabido certificar la teoría que respalde su tesis de oponerse al sentimiento de Costa Rica. ¿Por qué no Don Pepe Ciudadano Costarricense del Siglo? Ni tampoco ha externado opinión respecto al personaje, uno solo, que, en su manera exclusiva de pensar, era acreedor de tan excepcional distinción. A lo mejor, el gachupín don Gaspar, imagen reverenciada en moneda circulante, era la ilusión mayúscula de, al fin, su agradecido descendiente. Sabe Dios.
No es cualquiera el que habla cara a cara y es aplaudido y admirado en el Congreso norteamericano. Ni deja de ser importante que aquel esperanzador presidente Kennedy lo invocase en su proyecto de Alianza para el Progreso. Ni podrá olvidarse que Don Pepe lideró la vanguardia del renacimiento democrático iberoamericano, junto a glorias tan trascendentes y formales como Haya de la Torre, Betancourt, Muñoz Marín... Son tantos los fundamentos y testimonios a favor de Don Pepe que la Historia los acrecentará en el devenir de las centurias. El tiempo, nuestros nietos y bisnietos rememorarán a José Figueres Ferrer con honor y como ejemplo. Al contrario del apellido Ortuño -la verdad por delante, don Fernando- que sólo quedará enmarcado, apenas, en una calle de la levantina y atractiva ciudad veraniega de Benidorm, gracias al empuje trabajador de otro... Ortuño, de tierra adentro.
Soy, he sido y seré devoto de la figura y quehacer de Don Pepe, siempre en pro de Costa Rica, que es muy distinto de ser paniaguado, aunque es bien sabido que su adjetivo únicamente es usado tratando de lastimar para sustanciar sus irreflexiones. Gritar, ofender, cuando no se dispone de razonables argumentos. Somos un país pequeño y todos nos conocemos.