
La música y la democracia comparten una verdad esencial: ambas requieren método, disciplina y respeto por la partitura común. Ninguna obra puede sostenerse si quienes la interpretan desconocen las notas, los silencios o la intención que ordena el conjunto. El solfeo, fundamento para comprender el ritmo y la armonía, es tan necesario para una orquesta como para un país que aspira a una institucionalidad sólida.
Durante décadas, nosotros los costarricenses dominamos nuestro propio solfeo democrático. La fortaleza institucional, la moderación cívica, el respeto a la prensa libre y la confianza en los contrapesos formaron la base que guio la vida pública. Aunque imperfecta, nuestra democracia se sostenía porque existía un compromiso compartido: proteger sus reglas era proteger la estabilidad nacional.
Hoy ese compromiso enfrenta tensiones. No porque hayamos renunciado a nuestros valores republicanos, sino porque ciertos liderazgos han optado por una política que privilegia el ruido sobre la responsabilidad. La confrontación reemplaza el diálogo, la simplificación desplaza el análisis y los ataques a instituciones fundamentales se vuelven frecuentes en el debate público.
Una democracia empieza a desafinar cuando quienes ejercen poder se alejan de la mesura, el rigor técnico y el respeto institucional. Este deterioro avanza de manera gradual. Cada descalificación sin fundamento a la prensa, cada insinuación injustificada contra órganos judiciales y cada menosprecio por la rendición de cuentas erosiona la confianza ciudadana.
La democracia no se debilita de un solo golpe. Se desgasta cuando nosotros dejamos de cuidar la partitura que la sostiene. Y ese desgaste, si no se atiende, afecta la convivencia, la seguridad jurídica y la cohesión social.
No se trata de nostalgia ni de negar los desafíos reales del país. Se trata de reconocer que una democracia funcional requiere método, responsabilidad y claridad en el ejercicio del poder.
La separación de poderes, la libertad de expresión, la transparencia y la objetividad institucional no son formalidades simbólicas. Son garantías indispensables para la estabilidad y el desarrollo.
Aún conservamos la capacidad de corregir el rumbo. Recuperar la armonía democrática implica fortalecer la educación cívica, promover un diálogo respetuoso y exigir rigor en la formulación de políticas públicas.
También exige que nosotros, ciudadanía y liderazgos, comprendamos que la institucionalidad no es un obstáculo para gobernar, sino el marco que permite hacerlo con legitimidad y responsabilidad. Volver al solfeo democrático es volver a escucharnos con respeto, asumir nuestra diversidad como fortaleza y reafirmar la importancia de una partitura común que guíe el camino.
Costa Rica ha demostrado antes su madurez republicana y puede demostrarla de nuevo. Porque un país que protege su democracia no solo resguarda su presente. Garantiza que la presente y las próximas generaciones de costarricenses continuemos viviendo al ritmo sereno y firme de la libertad.
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Ferdinand von Herold es abogado.