
Recordaba aquel verso del autor latino Terencio: “Soy humano y nada humano me es ajeno”. En nuestra comunidad encontramos cada vez más personas pernoctando en las aceras, entre cartones y sábanas sucias. Son como faros en la oscuridad que encienden y despiertan en nosotros sentimientos cívicos como la compasión y la vergüenza.
La desvergüenza y la indiferencia son asociales, son un peligro público. La vulnerabilidad nos habla, aunque no pronuncie una palabra. Ante muchos desposeídos surge una llamada que no podemos desoír: la droga es un cáncer social.
Sacando la basura, al inicio de la jornada, divisé en la cuneta un par de elegantes zapatos rojos. Eran de cuero fino. Me pregunté: ¿qué habrá sido de aquella mujer? Recordé “Las zapatillas rojas”, el cuento de Hans Christian Andersen, que fuera llevado al cine en 1948. Es el drama de una ballerina que no regresa al acto y se lanza al vacío. Fallece víctima de su desesperación. No fue sorpresa ver a pocos metros numerosas botellas de licor vacías, provenientes de algunos bares que cierran pasadas las dos de la mañana. Los recolectores de basura, a quienes saludo y respeto, recogen un claro mensaje: el tejido social se descompone.
Recientemente, constaté la inundación acontecida en barrio Dent y barrio Escalante. Hubo más de 200 damnificados. Muchos lo perdieron todo. El agua reventó los portones y algunas viviendas colapsaron. Una retroexcavadora retiraba los escombros y el barro. Muebles, cuadros, libros e historias familiares sobre las calles. Algo sobrecogedor. Conversé con algunos vecinos y fui testigo de su angustia, frustración y desconsuelo. Constaté asimismo la solidaridad de otros vecinos que les llevaron alimentos y cobijas. Fue edificante ver a la síndica del Concejo de Distrito del Carmen con sus botas de hule llenas de barro, trabajando para apoyarlos y sacar adelante la sobrecogedora faena de ese día.
Atravesar el presente no está siendo fácil. Experimentamos tensiones de todo tipo: económicas, sociales y políticas; también, una fuerte inseguridad. En las calles, y aun en las casas, se vive con desconfianza. Sin paz, lo primero que se pierde es el equilibrio personal y social. Quedamos a merced de la violencia. El miedo es la primera forma de violencia y, por tanto, el primer atentado contra la paz. Donde hay temor, el horizonte se reduce. ¿Habremos perdido algo en el camino? Difícilmente se puede encontrar ilusión en una sociedad con la que no nos identificamos. En una sociedad que va perdiendo su identidad, su norte.
¿Dónde están los problemas? Los problemas no están en las estructuras o en las instituciones, sino en las personas que las conforman. Existe una correlación entre el desempeño moral de la ciudadanía y la salud de sus instituciones. Estamos ante una crisis de conductas, no de estructuras. Una crisis ética. Estamos ante un problema de salud pública, ante un pasivo social enorme. Esta casa, este país, es de todos y está a oscuras. Hemos ido cerrando sus puertas y sus ventanas. Hemos ido apagando su esperanza.
Iustitia est ad alterum. Esta es la síntesis de una frase latina atribuida al jurista romano Ulpiano, que significa: “la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde”. La existencia humana aislada es inviable. Existe el otro. Reina la justicia en una sociedad cuando las relaciones fundamentales de la vida común son justas. Todos somos responsables del bien común. Pero quienes lo administran –el gobernante, el legislador– tienen la grave obligación y responsabilidad de asegurar el respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Vale la pena recordarlos: la vida, la seguridad, la libertad, el trabajo en condiciones dignas, la educación y la cultura, el descanso, la asistencia médica, el vestido, la vivienda y los servicios sociales necesarios.
Honradez y responsabilidad. Dos grandes virtudes que necesitamos para recuperar nuestro país. La bondad es hija del esfuerzo. Es hija del trabajo. De la mediocridad a la corrupción no hay más que un paso. La restitución es de gran calado y empieza por la educación, cuya primera aula es el hogar. Se dice que hay deudas que nunca podrán ser pagadas. Son las que toda persona adquiere con su Creador, con sus padres y con su patria. Estaba en lo cierto el poeta latino Ausonio: “No ha producido la tierra peor planta que el ingrato”. Seamos agradecidos y saldemos tantas deudas de justicia.
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Helena Fonseca Ospina es administradora de negocios.
