Los fatídicos sucesos recientes, incluyendo el deceso de estudiantes por acoso escolar y las alarmantes grescas que marcaron el inicio de este año lectivo, no son incidentes aislados. Son síntomas graves de una fractura social que exige una reflexión profunda e inmediata por parte de todos los sectores de Costa Rica.
Como educadores y líderes, es nuestro deber ir más allá de la asignación de culpas y analizar las causas estructurales de esta violencia para proponer soluciones efectivas.
Un ecosistema de violencia normalizada
Es innegable que Costa Rica vive un “sobrecalentamiento social”, donde la violencia se ha vuelto un componente cotidiano de nuestro entorno.
Observamos con preocupante normalidad cómo figuras públicas recurren al desprestigio y la descalificación, creando un modelo de conducta que nuestros niños y jóvenes absorben sin filtro alguno.
Esta atmósfera se ve exacerbada por una cultura mediática que a menudo privilegia el amarillismo sobre la información brindada por medios de opinión pública.
Los datos lo confirman: según informes del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), las denuncias por acoso escolar han aumentado significativamente en los últimos años. En 2019 hubo 186 casos; en 2023, fueron 826, y solo en el primer semestre del año 2024 se reportaron 454 casos.
Esto ha llevado a que un alarmante porcentaje de estudiantes reporte sentirse inseguro en su centro educativo, y las denuncias por acoso escolar ante el Ministerio de Educación Pública (MEP) han mantenido una tendencia al alza en los últimos cinco años. Esto no es una percepción; es una realidad cuantificable que demuestra que el entorno está fallando en proteger a nuestra juventud.
El hogar: epicentro de la conducta
Si bien el entorno social es un factor determinante, la raíz de muchas conductas agresivas se encuentra en el hogar.
La neurociencia nos habla de las “neuronas espejo”, un mecanismo por el cual los niños y jóvenes no solo aprenden, sino que interiorizan las conductas que observan. La desatención, la agresión verbal o física entre adultos, y la falta de regulación madura sobre el contenido que consumen en redes sociales y televisión, se convierten en el guion que ellos replicarán en sus interacciones sociales.
Los centros educativos, por tanto, reciben a estudiantes que llegan con un “condicionamiento social adquirido”. Esperar que la escuela resuelva por sí sola lo que se gesta en casa es una simplificación injusta y poco efectiva del problema. La responsabilidad es compartida, pero nace en el hogar.
De la reacción punitiva a la formación integral
La respuesta tradicional ante el acoso escolar se ha centrado en el binomio “víctima-victimario”, y los colegios son presionados para que apliquen un castigo al infractor. Si bien toda acción debe tener una consecuencia clara y formativa, este enfoque es insuficiente porque no ataca la raíz del problema.
Mi tesis, y la filosofía sobre la que construimos en Kamuk School, propone un cambio de paradigma:
- Para el estudiante que agrede: El enfoque debe ser restaurativo. Es crucial que se le diga y comprenda que su conducta no es una muestra de poder, sino un reflejo de debilidades y carencias, como la falta de autocontrol, la necesidad de afecto o una baja inteligencia emocional. La intervención no debe buscar solo el castigo, sino dotarlo de las herramientas socioemocionales que lo alejen de esa condición.
- Para el estudiante que es agredido: La estrategia no puede limitarse a pedirle que “deje de ser víctima” o que ignore las agresiones. Eso sería una revictimización, aun cuando es necesario un mayor empoderamiento, con el fortalecimiento de su autoestima. Con una mayor autoestima, el estudiante podrá desestimar los daños menores y restarle fuerza a los ataques. Así, el victimario podría desistir de seguir molestándolo.
La responsabilidad primaria siempre recae en quien agrede. Nuestro deber como educadores es implementar un programa activo de empoderamiento, que dote de herramientas no solo a las víctimas, sino a toda la comunidad estudiantil.
Esto implica desarrollar competencias como la resiliencia, la asertividad, la comunicación efectiva y la fuerza interior, para que los estudiantes sepan cómo gestionar conflictos menores, cuándo, a quién y cómo pedir ayuda en situaciones graves.
La máxima “en la medida en que no haya víctimas, no habrá victimarios” debe ser entendía en su sentido más profundo y proactivo: una comunidad donde todos los miembros están emocionalmente fortalecidos y son capaces de rechazar la agresión como dinámica social, es una comunidad donde el acosador pierde todo su poder.
Llamado a la acción: declaratoria de urgencia nacional
La violencia juvenil debe ser declarada una situación de urgencia nacional. Pero esta declaratoria será vacía sin un compromiso tangible. Proponemos acciones concretas:
Para los padres de familia:
- Auditoría del hogar: Realicen un análisis honesto sobre el tipo de “diálogo” que impera en casa. ¿Hay gritos, descalificaciones, indiferencia? Sean el modelo de conducta que exigen en la escuela.
- Regulación digital consciente: No se trata de prohibir, sino de educar. Conversen con sus hijos sobre lo que ven, enséñeles a desarrollar un pensamiento crítico frente al contenido y establezcan límites claros.
- Prioricen la salud emocional: El éxito de sus hijos no depende solo del conocimiento acumulado, sino de su capacidad para gestionar sus emociones y perseverar. Todos (padres y centros educativos) debemos valorar y celebrar el esfuerzo, la empatía y la resiliencia tanto como las calificaciones académicas.
Para Costa Rica:
- Responsabilidad mediática: Urgimos a los medios de comunicación a adoptar códigos de ética más estrictos sobre la cobertura de violencia, priorizando un enfoque educativo en vez del amarillismo descrito.
- Política educativa nacional: Los centros educativos deben integrar de forma transversal y obligatoria en el currículo nacional programas de desarrollo de inteligencia emocional y competencias socioemocionales.
Crecer duele, pero no tiene por qué ser violento. La solución no está en encontrar culpables, sino en asumir responsabilidades. Es hora de actuar.
rporras@kamukschool.ed.cr
Rommel Porras González es economista y director de Kamuk School.
