“Para educar bien, hace falta una buena tribu”. Las acertadas palabras son de la maestra y pedagoga Nélida Zaitegi, quien indica que la educación no es solo asunto del centro educativo, sino de cada persona en cada momento.
Aun si no somos padres o madres, cuando esperamos la luz verde antes de cruzar la calle o cuando damos prioridad a peatones, educamos. Porque un niño o una niña nos puede ver y seguir nuestro ejemplo. Como sociedad, somos parte de la educación.
“Lo que un niño puede manejar depende, entre otras cosas, de la red que lo rodea. Cuando eres niño, te encuentras con obstáculos en el camino y son las personas que te rodean las que te enseñan cómo lidiar con ello”, afirma Eva Kestens, psiquiatra infantil.
Con la desintegración de muchas familias y el aumento de la violencia doméstica y social, muchos jóvenes se sienten aislados, perdidos. En la búsqueda de consejo y refugio, cada vez más encuentran en Internet y las redes sociales a influencers que parecen entender sus luchas y les dan consejos; el amigo Google los saca de dudas; la inteligencia artificial ayuda con la tarea; en los blogs de videojuegos se hacen amigos. Los celulares llenan las horas pasadas a solas y dan respuesta a cada pregunta. Además, ofrecen un respiro de la vida cada día más difícil y violenta del entorno.
La violencia también se traslada a las pantallas y se traduce en ciberviolencia. Son legión los ejemplos de jóvenes aterrorizados por ciberacoso (cyberbullying), víctimas de mensajes e imágenes hirientes y humillantes compartidas en redes sociales. Jóvenes que, al día siguiente, temen ir a clases por las posibles burlas de quienes vieron las publicaciones. Se trata de una violencia más fácil de esconder, por lo que los docentes se sienten impotentes para dar apoyo.
Si bien es muy fácil señalar a la tecnología y a la propia juventud por el uso excesivo de las redes sociales, también está claro que cuando una persona menor de edad busca en el mundo virtual amistad, consejos, comprensión o, sencillamente, atención, es porque carece de una “red real”.
Una red real ayuda a disminuir la violencia pues se rige por otras reglas. Nos exige moderación: una cosa es insultar desde mi lado de la pantalla a quien ni siquiera he visto en persona y otra muy diferente es decir lo mismo cuando se tiene en frente a la persona.
Es fácil burlarse en el mundo digital; muy distinto es ver en vivo las lágrimas o el enojo que causa esa burla o acoso. Al ver, realmente ver, a quienes nos rodean, llegamos también a conocerlos mejor, a entender sus luchas y a sentir empatía.
(Re)construir esa red real es una tarea realmente importante para la sociedad. Por eso, en varios países se han tomado medidas para ayudar a que ocurra.
En Flandes, Bélgica, a partir del nuevo año escolar no se podrán utilizar tabletas, teléfonos ni relojes inteligentes en clases ni en los recreos. La prohibición rige para primaria y secundaria, con excepción de los recreos en los últimos dos años de colegio.
En Francia se instauró una medida similar. Y Brasil se unió a esta tendencia creciente al prohibir el uso de celulares desde prekínder hasta secundaria.
Australia, por su lado, pretende prohibir por completo el acceso a redes sociales para los menores de 16 años; esto, con un afán de mejorar la salud mental del estudiantado.
¿Medidas draconianas? Pareciera. No obstante, llama la atención que casi siempre la medida tiene el apoyo de gran parte de la población, incluidos muchos adolescentes.
Ahora que empiezan las clases de nuevo, valga la pena hacer este llamado a las familias: cuidemos el uso de las redes sociales, pero también, y sobre todo, reforcemos las redes reales para nuestra juventud. Seamos una buena tribu.