En la búsqueda interminable de sentido que todos tenemos, vuelven como erráticas luces palabras, textos, poemas que nos han iluminado en algún momento, pero que de repente en el presente adquieren una nueva significación que nos ayuda a reflexionar. Pareciera que nunca terminamos de aferrar aquello que desde las metáforas se nos grita al oído y que nos invita a abrir la mente. Se nos permita, entonces, parafrasear un bello poema de Mario Benedetti para hablar de la fuerza que tiene encontrarse afectivamente con otros en nuestro devenir como comunidad.
Querer. “Tus manos son mi caricia/ mis acordes cotidianos/ te quiero porque tus manos/ trabajan por la justicia”. Querer es un sentimiento muy humano, una manifestación esencial de nuestras emociones. Pero nunca es algo neutral, en el sentido que se quiere a alguien totalmente inmerso en la historia, en lo que somos como colectivo y sociedad. Es allí, en medio de tantas situaciones sociales diversas donde la unicidad de las personas adquiere grosor y palabra. Se quiere a alguien que actúa en el mundo y que ayuda a construirlo. La caricia, el cariño, el amor tienen sentido para una persona comprometida totalmente con su realidad, solo cuando están acordes con su deseo supremo de vivir en coherencia consigo misma y con aquello que la rodea. No hay verdadero amor sin pasión por lo que es justo y verdadero.
Mucho más que dos. “Si te quiero es porque sos/ mi amor mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos”. No se quiere a otra persona con el único propósito de anclarse en el disfrute egolátrico de la propia felicidad. El corazón busca siempre un cómplice que nos aliente a ver la historia como un espacio en continua construcción. El mundo siempre se edifica en compañía, no es una obra individual. Porque el mundo no es como el aire que respiramos y que simplemente damos por supuesto. El mundo es una realidad manufacturada continuamente por aquellos que caminamos en la misma franja del tiempo. Desde las más ordinarias situaciones hogareñas hasta las más grandes empresas (materiales o espirituales), estamos transidos de relaciones que nos definen y provocan, estas relaciones constituyen lo que el mundo es. No hay una privacidad absoluta, sino una cercanía solidaria que nos hermana o nos separa, dependiendo de nuestras opciones.
Tus ojos.
“Tus ojos son mi conjuro/ contra la mala jornada/ te quiero por tu mirada/ que mira y siembra futuro”. Pero cuando esas decisiones que nos crean, están claramente orientadas a producir algo que nos ayude a estar más unidos y cimentados en la fraternidad, la cercanía de aquellos que queremos se convierte en esperanza. Es un bálsamo que alivia el sufrimiento y las contradicciones que atormentan nuestra alma. Después de bregar en contra de la marea de la incoherencia y la injusticia, el encuentro entre amigos o hermanos, entre enamorados o personas unidos en maduros esponsales, nos alienta a seguir adelante, a ondear el futuro con serenidad y optimismo. Cuando el otro es un “tú”, con rostro, con sentimientos, ideas y emociones que nos encantan, construir el mundo es como sembrar la semilla que traerá consigo nueva vida.
Alzar la voz. “Tu boca que es tuya y mía/ tu boca no se equivoca/ te quiero porque tu boca/ sabe gritar rebeldía”. El amor simple y puro de los que se quieren sinceramente y son amigos, invita siempre a alzar la voz. No nos deja satisfechos con lo dado, sino que impulsa a hablar, a salir de nosotros mismos, a actuar, a rebelarnos contra la monotonía que surge de la anuencia al odio, o a la violencia, o a la injusticia. El verdadero amor es rebelde porque quiere la paz, la vida solidaria, la armonía que ayuda a gozar del otro y de su singularidad. Del compromiso de amor surge el empeño político, la necesidad de buscar otros caminos de convivencia para compartir el tesoro que se ha conocido: la belleza de vivir con otras personas que son distintas, que son riqueza ilimitada.
Tu rostro.
“Por tu rostro sincero/ y tu paso vagabundo/ y tu llanto por el mundo/ porque sos pueblo te quiero”. Cuando se llega a querer en profundidad, el misterio del otro comienza a mostrarnos el mundo tal y como es. Nuestro dolor es también síntoma del sufrimiento de otros. Nuestra necesidad de cambiar, se vuelve imperativo en función de otros, porque reconocemos que no estamos solos en nuestros anhelos. Al reconocer que el vagabundeo por variadas opciones no es solo un defecto personal, sino una realidad sostenida en otra persona, nos percatamos que es parte de nuestra humanidad buscar siempre, probar nuevos caminos, aventurarnos a algo más. Pero no como mera satisfacción individual, sino como tarea que se realiza siempre codo a codo con aquellos que, a nuestro lado, también se sienten en búsqueda permanente.
Abrirse al mundo.
“Y porque amor no es aureola/ ni cándida moraleja/ y porque somos pareja/ que sabe que no está sola”. Amar no significar quererse a sí mismo, encerrarse en el vacío de las satisfacciones interiores. Es abrirse al mundo, descubrir otros rostros que nos ayudan a caracterizar mejor el nuestro.
En la vida del otro nos confrontamos a nosotros mismos y al descubrirnos carentes, nos percatamos que urgimos ofrecer lo que hacemos y los sueños que tenemos, para depurarlos y hacerlos proyecto compartido. ¡Con cuánta facilidad pensamos que solos podremos conquistar el éxito, cuando en realidad lo único que vale la pena es ser generosos con los demás! Querer ganar el mundo entero para sí mismo es una quimera que engaña el alma: al final la propiedad es algo que queda para los que no han muerto, lo que permanece es el bien que podemos hacer a otro.
Soñar un mundo nuevo. “Te quiero en mi paraíso/ es decir que en mi país/ la gente viva feliz/ aunque no tenga permiso”. Atreverse a soñar en un mundo nuevo es una tarea que emprenden las personas que no se esfuerzan en construir un mundo a su medida y según sus necesidades.
El paraíso egoísta nunca se alcanza, pero la solidaridad, la cercanía con el que sufre, la confianza con el amigo, el amor fiel de la pareja, son realidades tangibles para todos. En estas cosas no se vive la perfección que muestra la publicidad bien diseñada, se ofrece solo la imperfección de las personas que se dejan conquistar por otro corazón que bate con la misma irregularidad que el nuestro. Por eso, cuando no se busca construir un castillo de fantasía para el propio ego, se puede llegar a experimentar la paz de una consciencia tranquila, sin necesidad de dar cuentas a nadie que se cree poseedor de la llave de la felicidad.
Más que un “yo”. ['] somos mucho más que dos”. Tal vez habría que atreverse a decir en estos tiempos somos mucho más que un «yo». Somos pueblo, parte de una historia, constructores de un presente que heredará unos condicionamientos para el futuro. Es inútil pensar solo en conquistar el mundo para nosotros mismos, el pasado nos recuerda que los imperios caen como castillos de naipes en el ir y venir del tiempo. Pero saber que tenemos a alguien a nuestro lado, que podemos ser amigos de verdad, compañeros en el caminar, nos abre las puertas a la esperanza.