Anne Finch (1631-1679), vizcondesa de Conway, fue, hasta la exhalación de su último aliento, un ejemplo de longanimidad y fortaleza moral.
Fue una filósofa espiritualista inglesa. Vivió en el Gran Siglo. Cursó sus estudios al margen de la institución universitaria de la época, a pesar de lo cual estudió las tres lenguas sacras. Tuvo por preceptor al filósofo platónico Henry More, con quien estableció prontamente una relación de paridad interlocutiva. More era un dualista de las sustancias; Conway, una filósofa con marcada propensión hacia el monismo.
Lady Conway sostuvo el monismo cosmológico, el cual es consistente con la existencia de un dios realmente distinto del universo (teísmo lato). De acuerdo con el monismo cosmológico, la sustancia del cosmos es única. Creyó que la sustancia del universo involucra tanto un aspecto material como un aspecto formal (hilemorfismo cosmológico).
Su metafísica, brillantemente expuesta en Los principios de la más antigua y moderna filosofía, establece que el cuerpo (es decir, el ente extendido en el espacio) y el espíritu no difieren sino intensificativamente, esto es, en cuanto al modo, no en cuanto a la esencia. Si tal es el caso, entonces, pueden transformarse mutuamente, una tesis que habría sobrecogido a René Descartes, antonomástico representante moderno del dualismo de las sustancias.
Dios soberanamente perfecto
Lady Conway afirmó la existencia de un dios soberanamente perfecto, del cual el universo se desprende como un efecto. Los mundos que componen el universo son infinitos en multitud (infinitismo de los mundos) y el universo se deriva sempiternamente de Dios (infinitismo de la duración de los mundos). La autora defendió una tesis idéntica a la que enarboló, en el siglo XVI, Giordano Bruno, ditirámbico glorificador de la naturaleza: la infinitud de la divina perfección, uno de cuyos aspectos es la divina potencia, hace necesaria la infinidad de los mundos y la infinita duración del universo. A diferencia del belígero filósofo italiano del siglo anterior, Lady Conway fue una teísta providencialista.
Por añadidura, se representó la existencia de una materia infinitamente segmentable, cada una de cuyas partes contiene, en sí misma, una infinidad de partes (toda vez que no existe una criatura extensa más pequeña que la cual ninguna puede ser pensada).
Toda criatura corpórea contiene un número infinito (actual) de criaturas, cada una de las cuales es somática. Así concebida, la naturaleza es un ente compuesto cuyas partes son réplicas de la totalidad. En este sentido, cada una de las partes contiene, en sí misma, una infinidad de entes vivientes. Conway se adhirió a una variedad de pampsiquismo.
En conformidad con la filósofa, cada uno de los sufrimientos se adecua a un propósito fundamental de carácter perfectivo. La presente es la teodicea de Conway. Esta reflexión tuvo una raigambre vivencial: lancinantes migrañas la aquejaron durante la mayor parte de su vida (contamos, para acreditarlo, con el autorizado testimonio de Henry More).
Una tesis fundamental (justificable tanto por conducto de la razón como por conducto de la experiencia) fue enunciada por la autora: por conducto del dolor y el sufrimiento, toda rudeza (o densidad) del espíritu o del cuerpo se atenúa.
En esta medida, el espíritu aprisionado en esa rudeza acrecienta su espiritualidad (y correlativamente se libera). El dolor funge, en el universo, como una condición necesaria (y no suficiente) para el incremento de la actividad y la eficacia causal.
Unida a los cuáqueros
Por influencia de su amigo Francisco Mercurio Van Helmont (1614-1698), hijo del afamado alquimista flamenco de los siglos XVI y XVII, se incorporó en la Sociedad de Amigos, lo cual motivó su distanciamiento de More, quien menospreciaba (tanto como Meric Casaubon y John Locke) a los entusiastas, es decir, los fanáticos religiosos.
Los cuáqueros, sin embargo, no eran, con exclusividad, fanáticos religiosos partidarios de revelaciones privadas de lo divino; eran, asimismo, adherentes al radicalismo, tanto el social como el político; críticos de las jerarquías sociales y defensores de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Su ingreso en la Sociedad de Amigos debe de haber causado una tremenda impresión moral y, ¿por qué no?, un escándalo en la estratificada sociedad inglesa de aquellos años.
Falleció sin haber editado sus Principios, obra inacabada que escribió en lengua inglesa. Una versión latina del texto fue publicada en los Países Bajos, en 1690, volumen primero de una colección intitulada Opuscula philosophica.
Para la edición, Henry More, quien falleció tres años antes, redactó un prefacio. El prefacio, sin embargo, no fue publicado. Como More elocuentemente lo rememoró, los paroxismos no menguaron su inteligencia ni su piedad.
El autor es historiador de las ideas, docente en la Universidad de Costa Rica, ha escrito siete libros, el más reciente se intitula “Orden y conexión”. Pertenece a la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica.