Este término, que corrientemente usamos para definir una disposición justa en un conflicto entre partes, nos viene del libro primero de Reyes en la Biblia, con la anécdota donde Salomón habría ordenado partir por la mitad a un niño cuya filiación dos mujeres reclamaban.
La astucia del monarca estaba implícita en la premisa de la maternidad: una madre jamás aceptaría la muerte de su hijo, aun cuando tuviera que entregarlo a otra persona. Lo importante es mantenerlo vivo. Hagamos entonces una extrapolación de esta enseñanza al caso hondureño, el cual nos ha recordado lo urgente de trabajar por la consolidación de la agenda democrática en Latinoamérica.
Intereses contrapuestos. Las negociaciones recientes, donde el Presidente de Costa Rica ha servido de mediador, valen para producir una radiografía de los intereses contrapuestos de quienes hasta ahora irreductibles, se niegan a transigir por el bien del país nacional.
De un lado, los representantes del gobierno de Micheletti aceptan la mayor parte de los puntos propuestos por la hoja redactada en San José, menos el que el Presidente depuesto vuelva a asumir sus funciones.
Hay un temor omnipresente en muchos respecto de que la influencia venezolana y la cartilla del Alba vuelvan a regir los destinos de esa nación. Del lado de Manuel Zelaya y sus seguidores, es precisamente allí donde se afianzan. Sin vuelta al mando, lo demás no es negociable.
Paralelo a este discurso tajante de ambas partes, se están moviendo los engranajes económicos ya notificados. Estos son lentos, pero temibles en su accionar.
Decisiones de parte de la Unión Europea y el Banco Mundial, así como algunos pronunciamientos de parte de EE. UU., restringirán pronto la capacidad económica de Honduras que de por si es bien limitada.
El turismo, otra fuente de recursos, ya se ha visto golpeado por los hechos. Quedan las remesas y estas no están en su mejor momento.
Entonces, ¿a quién le duele Honduras realmente? Muy probablemente, aunque el conflicto se agudice más, ni Zelaya ni Micheletti sufrirán mayores percances. Ambos son parte del sector más pudiente en ese país. Uno terrateniente y el otro industrial.
Fuera de los estereotipos. Aquí, no hay el supuesto conflicto de clases con que el chavismo internacional disfraza sus tretas para justificarlas. Aquí no hay “oligarquías” pitiyanquis a quienes saquear, tampoco agentes de la CIA. De hecho, y si cabe algún análisis marxista, se diría que se trata de élites económicas en conflicto por el control del Estado. Pero el hombre y la mujer de la calle no comen con eso. La pobreza es un buitre que espera paciente para nutrirse de los más débiles. Cebará sus fuerzas a costa de los más necesitados.
Esto tiene consecuencias inmediatas en los verdaderos medidores del desarrollo: malnutrición infantil, políticas de salud y otros.
En otro sentido, el llamado a una insurrección popular es un arrebato irresponsable de parte de quien sea, pero más aún de quien ha sido presidente. Invocar fuerzas masivas a enfrentarse es un desatino histórico y un desprecio profundo hacia el pueblo hondureño. Mucho más si, como en Centroamérica, la región está sembrada de armas heredadas de la Guerra Fría.
No hay que olvidar que mucho de ese parque bélico tiene una vida media de más de 50 años y está por ahí. No ha desaparecido.
¿Qué se pretende entonces? ¿Reivindicar la institucionalidad mediante las armas, de la insubordinación? ¿Que el ciudadano común se arme para enfrentarse con un ejército para supuestamente barrerlo, como dijo un gobernante irresponsable? Esa es la lógica del ojo por ojo, que al final terminaría dejando a todos ciegos.
La democracia está viviendo una hora menguada en Latinoamérica y los golpes más duros contra ella se están dando desde el Estado y con mucho dinero. Es el viejo caudillismo decimonónico ahora disfrazado de pseudo-izquierda y socialismo cubano. Un verdadero estadista, al igual que el caso de la madre del niño en disputa, cederá en sus pretensiones por el bienestar de su pueblo. Lo hará aun cuando esto implique sacrificios.