El excelente y casi onírico artículo de este domingo 21 de setiembre, escrito por mi doblemente colega Emma Tristán (digo “doblemente colega” pues ambos somos geólogos y a ambos nos gusta escribir), me trajo remembranzas de mis experiencias personales en esas maravillosas tierras de suroeste de Estados Unidos: Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado, estados cuyos nombres mismos evocan antiquísimas historias de la geología de nuestro planeta.
Y, bueno, ese artículo en que Emma evoca su estancia en Santa Fe, Nuevo México, me trajo a la mente la historia de la escalera del coro de la capilla de Loretto, construida hace más de 150 años, sin un solo clavo, sin ningún tipo de pegamento, y esculpida en una sola pieza de madera por un extraño y misterioso visitante del que nuca se supo su nombre, pero cuenta la leyenda que era el mismo san José, practicando su conocido oficio de carpintero.
Pero más que historias casi legendarias, mis recuerdos me llevaron hasta lo más profundo del Gran Cañón, desde donde capas de rocas se sobreponen unas a otras desde tiempos de más de 3.800 millones de años, hasta la parte más alta de la meseta de Colorado, donde las capas de roca caliza del borde superior del cañón corresponden con el periodo Pérmico, de hace unos 250 millones de años, periodo en el que una extinción masiva casi acabó con toda forma de vida en la Tierra.
Esas rocas, las más jóvenes del borde superior del Cañón, tienen más de 170 millones de años más que nuestras rocas más antiguas, y nos hablan de mares someros que existieron en esa región mucho antes de que surgieran los dinosaurios en el planeta.
Me llevaron también a las bellas formaciones rocosas rojas de Sedona que fulguran y se entrelazan con los celajes al atardecer; al reciente cráter meteórico de Arizona, formado hace unos 50.000 años por el impacto de un asteroide que nos recuerda la fragilidad cósmica del planeta donde nos tocó vivir, y a sus interminables desiertos multicolores con dunas gigantescas y restos de bosques petrificados.
El texto me condujo a la magnificencia de los cañones Zion, Bryce y Canyon Land, en el área de Moab, y a la majestuosa cordillera Rocosa, cuyo levantamiento laramídico hacia finales del periodo Cretácico terminó por cerrar el vasto océano intracontinental, que se extendía desde el actual golfo de México hasta Canadá, en épocas en las que nuestro pequeño territorio estaba apenas en gestación en los fondos marinos del actual océano Pacífico.
Fueron tiempos catastróficos para la existencia de los dinosaurios, pero se propició la evolución de los mamíferos y, por ende, de nuestra propia especie, cuya interesante característica de ser consientes, pensantes y, en algunos casos, inteligentes, nos permite descifrar y conocer los secretos que se esconden dentro de las rocas.
Nuevamente, gracias Emma, y espero que ambos sigamos divulgando la maravillas de la geología no solo de Costa Rica y Centroamérica, sino del resto del mundo, sobre todo en estos tiempos de discordias políticas, ignorancia y amenazas del poder de turno a nuestra valiosa y apreciada paz.
rprotti@geotestcr.com
Roberto Protti Quesada es geólogo.