El domingo 31 de octubre del 2010, poco después del mediodía, recibí una llamada del vicecanciller Carlos Roverssi:
- Hola Federico, es Carlos. ¿Sabés dónde está el embajador (Enrique) Castillo? Me urge comunicarme con él.
- Hola Carlos, no tengo idea dónde está, porque siempre sale a pasear los domingos, pero puedo intentar localizarlo.
- Es urgente, tenemos reportes de que un contingente de 600 soldados nicaragüenses viene hacia Costa Rica y está por cruzar la frontera. Es muy serio el asunto. Necesitamos que la OEA intervenga de inmediato. Intentá localizar al embajador y yo seguiré por mi parte. No digás nada.
Así empieza, para mí, la historia que culmina en el triunfo de Costa Rica contra Nicaragua, por una invasión militar que ha sido menospreciada por tirios y troyanos.
Intenté localizar al embajador Castillo. Cuando lo encontré, me dijo que ya le habían hablado desde San José y que debíamos reunirnos todos en la misión cuanto antes. Poco después, me llamó el ministro consejero Danilo González, quien también había sido llamado por el embajador para lo mismo.
Danilo pasó por mí y nos dirigimos a la embajada. Ahí estuvimos hasta la medianoche esperando las instrucciones de Costa Rica, según lo que indicara el Consejo de Seguridad del Estado que estaba reunido.
El lunes 1.° de noviembre la instrucción que llegó desde Costa Rica fue que convocáramos de inmediato al Consejo Permanente de la OEA para solicitar la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), por la invasión militar en isla Calero. También nos comunicaron que el canciller René Castro estaría viajando de inmediato a Washington para esa sesión.
El embajador Castillo le recomendó a San José que le dieran unas pocas horas para evaluar otras opciones distintas a la aplicación del TIAR.
En el imaginario colectivo, el TIAR se utiliza para la defensa militar frente a una agresión externa. Eso es parcialmente cierto, pero sin duda su sola invocación implica elevar el tono.
Durante esas horas y días, todos íbamos aprendiendo frente a una situación donde nadie tenía una idea clara sobre qué camino seguir. Juzgar ahora las acciones es muy fácil; vivirlo en el momento fue muy complicado.
El embajador Castillo dividió el trabajo en la misión. A Danilo González le pidió ver cuáles eran las opciones que teníamos dentro de la Carta de la OEA.
A la embajadora alterna Hernández, le pidió investigar cuáles eran las que teníamos dentro del Pacto de Bogotá (Solución Pacífica de Controversias) y a mí me encargó estudiar en profundidad las implicaciones de solicitar la aplicación del TIAR.
Cada cual vio las ventajas de un convenio u otro. El asunto era demasiado serio como para aplicar el Pacto de Bogotá. El TIAR se vería como algo muy “violento” y teníamos el problema que no todos los países de la OEA son parte de ese convenio.
El asunto de si teníamos los votos para su aplicación jugaba en contra. La mejor opción era aplicar la propia Carta de la OEA y seguir de ejemplo el diferendo entre Colombia y Ecuador, de una convocatoria a una reunión de ministros de Relaciones Exteriores.
El día 3 de noviembre se reunió el Consejo Permanente y empezó la discusión. Nicaragua utilizó la estrategia de minimizar el asunto como un problema de límites fronterizos (varios países caen en la trampa).
Costa Rica, por su parte, insistió en la idea de la invasión y el canciller insistió en mencionar el asunto de los daños ambientales (lo que a mí me pareció en su momento –y hoy también– un error de enfoque).
Se le instruyó al secretario general de la OEA José Miguel Insulza visitar la región e intentar apaciguar los ánimos.
Mientras tanto, en Costa Rica, el gobierno no lograba afinar bien su discurso.
Recuerdo que yo monitoreaba los medios de comunicación costarricenses para tener un sentido de lo que se comentaba y por dónde “dirigir las balas”.
Uno de los primeros días, el ministro de Seguridad José María Tijerino decía en un medio que enviaríamos oficiales a defender el territorio nacional. Al mismo tiempo, en otro programa de radio, el ministro René Castro decía que no elevaríamos el discurso y aplicaríamos las medidas diplomáticas frente a la violencia.
El discurso era terriblemente contradictorio y se lo advertí tanto al embajador, como al vicecanciller Carlos Roverssi. Por esos días, el tono de los costarricenses en las redes sociales era de chota y de acusar al gobierno de ser exagerado. Esas impresiones por dicha cambiaron con el tiempo.
El gobierno se enfrentó a un dilema, que creo no tuvo claro en un principio. Bajarle el tono al asunto e insistir en el “diálogo” y “el derecho internacional”, era perder la batalla política en la OEA –como de hecho sucedió–. Pero la alternativa, que era enseñar los dientes y hablar de enviar oficiales al área en disputa, habría generado la pérdida del apoyo de la población costarricense.
Podría seguir con un recuento de lo sucedido en el marco de la OEA y Washington, pero basta con decir lo siguiente: no solo se derrotó a Nicaragua en La Haya, sino también a una OEA pusilánime que, aunque nos dio votos morales, no se preocupó ni un poquito por una invasión militar a un país indefenso.
Salvo Panamá, Canadá y algún otro país verdaderamente amigo, muchos de los que proclamaban su apoyo, luego confabulaban en nuestra contra.
Se me olvidan muchos datos y otras anécdotas quedarán para otro momento. Lo cierto del caso es que el triunfo en La Haya debemos celebrarlo agradeciendo a todos los que participaron, con poco o con mucho.
Es un triunfo del país, y no es tiempo para mezquindades. Con una resolución de un tribunal, nos hemos defendido de una invasión militar. Eso en sí, es histórico para el mundo.
El autor fue ministro consejero ante la OEA.