
La primera vez que fui a Ojo de Agua tenía unos siete años. Era un domingo de finales de los setenta y me había quedado a dormir donde mis primos. Esa mañana, mi tía Liliana se había levantado con un propósito muy claro: llevarnos a conocer “el ojo por donde salía agua del fondo de la Tierra”. Podríamos jugar en las piscinas siempre y cuando viéramos primero esa maravilla de la naturaleza. Sin pensarlo mucho, todos los que medio sabíamos nadar nos montamos en el asiento trasero y en la cajuela del Datsun.
Lo primero que hicimos, por supuesto, fue ir a ver el ojo. Había que subir unas gradas y asomarse entre unas plantas frondosas. Logré ver entre las hojas: era un ojo azul. Un ojo monstruoso de la Tierra que lloraba sin parar. ¿Sería posible que toda el agua del planeta saliera a través de ojos azules como ese? Muy asustada, tras ese encuentro cercano con la naturaleza, preferí no preguntar.
Todo era enorme en el balneario: las piscinas, los trampolines, la cancha de fútbol. Había muchas, muchísimas personas. Desde el cielo caían niños y adultos. Algunos entraban clavados en el agua; otros celebraban tremendos panzazos. A lo lejos sonaba La avispa, de La Banda. Sumidos en un caos feliz, los niños gozaban y las mamás regañaban. Intenté nadar de un lado a otro de la piscina, pero no lo logré. Era infinita.
Lavas y fracturas
La segunda vez que fui a Ojo de Agua tenía 20 años. Supongo que no había regresado por el prejuicio que se asociaba al lugar. ¿Por qué ir ahí cuando se podía ir a un club privado? Así que solo volví porque se había organizado un partido de vóley del equipo de la ‘U’. De nuevo, había mucha gente. Demasiada. Sonaba La Bilirrubina, de Juan Luis Guerra, y las piscinas rebozaban, no solo de niños, sino también de bolas de colores e inflables de sirenas.
Tenía mucha curiosidad por ver a mi monstruo del ojo azul. Esta vez no debería aterrorizarme, especialmente porque, como estudiante de Geología, sabía que los ojos de agua no son ni circulares ni azules. ¿Se vería la lava antigua del volcán Barva por donde, a través de sus fracturas, llega el agua al manantial? Sabía que estas fracturas funcionan como cañerías subterráneas que conducen el agua, desde donde se infiltra hasta la naciente. Sin embargo, no vi la lava. Sería necesario buscarla fuera del balneario, pero eso quedaría para otra visita.
Sobre la pared, una placa recordaba la inauguración de Ojo de Agua en los años 30 del siglo pasado, durante la administración de don Ricardo Jiménez. Sesenta años después, había competencias de clavadistas y de halterofilia, decenas de familias vacilando en el agua, y algunos jóvenes como yo, que éramos incapaces de reconocer la importancia de esos espacios.
Territorios
Hace unos días fui, por tercera vez, a Ojo de Agua. A diferencia de mis visitas anteriores, ese domingo había poca gente. Como de costumbre, fui a ver el ojo azul. Durante unos minutos, me quedé mirándolo con asombro y admiración. Se calcula que de esa fuente generosa salen unos 100 litros de agua por segundo. Es decir, que su caudal podría ser suficiente para abastecer a unas 85.000 personas durante un día.
Había pocos clavadistas. Aparentemente, viene menos gente desde que quitaron el trampolín más bajito, el que se curvaba. Las piscinas, de nuevo, me parecieron grandísimas. Tal vez porque no recordaba que, además, hay cuatro piscinas en total. Había muchas familias nicaragüenses disfrutando del agua y el sol. Sonaba Despechá, de Rosalía. La cancha de fútbol estaba en perfectas condiciones y, por primera vez, vi que también había una cancha de tenis. Nadie estaba usándolas.
Caminé por el sendero que rodea el lago del balneario. Vi pichones de garcilla verde recién salidos del nido y a su mamá, que les indicaba por dónde ir o no ir. Pasaron parejillas de adolescentes en traje de baño. Muchos miembros de la comunidad china disfrutaban de las lanchas de remos. Hacia el costado sur del lago, se observaban los depósitos de ceniza que están debajo de las lavas que llegan hasta la naciente, como la punta de una larga lengua de piedra.
Fui a despedirme del gran ojo azul, que me observa desde que soy niña. Ha estado siempre ahí, durante todos estos años, desaguándose, majestuoso. Su agua llena el balneario, que luego alimenta el lago y después llega al río La Fuente, que le da vida a una parte de San Rafael de Alajuela. El ojo es, entonces, más grande que su territorio. Es un espacio en continua expansión, que da vida a quienes lo visitan. Un ojo infinito.
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Emma Tristán es geóloga y consultora ambiental.