
Miles de conductores en Costa Rica y el mundo desvían la mirada del camino durante apenas unos segundos para revisar una notificación, responder un mensaje o, simplemente, mirar una pantalla. Parecen gestos inofensivos, pero esos segundos de distracción pueden costar una vida. Literalmente.
A 90 kilómetros por hora (km/h), un vehículo recorre 25 metros por segundo. Eso significa que, con solo tres segundos de distracción, el automóvil habrá avanzado unos 75 metros sin control visual ni atención real. En cuatro segundos, ya serían 100 metros, prácticamente toda la longitud de una cancha de fútbol reglamentaria (105 metros, según la FIFA). Así de lejos viaja un conductor que cree que solo se fijó “un segundo en el celular”.
El fenómeno de la distracción por smartphones al volante no es nuevo, pero su persistencia y letalidad lo convierten en una pandemia silenciosa. A diferencia del alcohol, no deja olor. A diferencia del exceso de velocidad, no siempre deja marcas de frenado. Pero las consecuencias son igualmente trágicas.
Según la Ley 9078, de Tránsito por Vías Públicas Terrestres y Seguridad Vial, en su artículo 126, se prohíbe expresamente a todos los conductores utilizar teléfonos móviles u otros medios de comunicación manuales mientras conducen. Solo se permite el uso de manos libres o auriculares. Además, el mismo artículo prohíbe realizar actividades que desvíen la atención de la conducción. La infracción se sanciona con una multa categoría C (artículo 145).
Sin embargo, aunque la ley hace salvedades para los sistemas de manos libres o audífonos, la realidad es que la mente humana no puede dividir su atención entre conducir y mantener una conversación sostenida. Conducir requiere foco constante: anticipar movimientos, leer el entorno, prever errores ajenos.
Hablar por teléfono, incluso sin usar las manos ni apartar la vista, desconecta cognitivamente al conductor del entorno. La mente se va con la voz, y el resto del cuerpo sigue conduciendo en piloto automático.
Una discusión por audios, una llamada de trabajo o una conversación intensa con un pasajero puede provocar un pedalazo repentino, una maniobra brusca o un volantazo. En ese instante, el vehículo deja de ser un medio de transporte y se convierte en un riesgo para todos.
Por eso, la distracción no es solo visual (dejo de ver) ni manual (dejo de sostener el volante): también es cognitiva. Y esa es la más traicionera, porque ocurre sin que el conductor sea consciente de que está distraído.
La responsabilidad no recae únicamente en quien conduce. Todos los ocupantes de un vehículo tienen el deber de evitar distracciones: no mostrar pantallas, no provocar discusiones, no exigir atención cuando el conductor debe concentrarse. En seguridad vial, también existe la figura del pasajero responsable.
Campañas internacionales han insistido con mensajes claros. La iniciativa It Can Wait, de AT&T, lanzada en 2010, ha logrado que más de 36 millones de conductores en EE. UU. firmen el compromiso de no usar el celular mientras conducen. La campaña conjunta de Ad Council y la National Highway Traffic Safety Administration (NHTSA), Distracted Driving Prevention, repite una verdad contundente: mantener la vista y la mente en la carretera salva vidas. Y en Costa Rica, la campaña “Celular chocado”, del Grupo Purdy y la Cruz Roja Costarricense, recuerda que usar el teléfono al volante “cuadruplica el riesgo de accidentes”.
Más allá de los mensajes publicitarios, el cambio debe ser estructural. La fiscalización debe intensificarse, la educación debe volverse integral y la cultura vial debe dejar de romantizar la multitarea al volante.
Conducir es una tarea compleja que exige presencia plena, no fragmentada. Hoy existen herramientas que ayudan: aplicaciones que bloquean notificaciones mientras se conduce, modos automáticos en los teléfonos y sistemas que permiten enviar respuestas automáticas. Pero ninguna tecnología sustituye una decisión humana: elegir no distraerse.
Conducir distraído no es un descuido menor. Es una decisión riesgosa, sancionada por ley y, en muchos casos, irreparable. La atención salva más vidas que cualquier dispositivo de seguridad. Si el mensaje puede esperar, la vida no.
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Alberto Barquero Espinoza es administrador de empresas con énfasis en transporte terrestre y seguridad vial.