Se dice que en la política algunas personas proponen, a veces Dios dispone, pero siempre alguien se opone. La oposición desempeña un papel fundamental en la democracia porque fiscaliza de cerca el comportamiento del oficialismo y es pronta a señalar todo vicio de corrupción o negligencia política, no necesariamente por pureza moral propia, sino porque tiene los incentivos claros: aumentar sus posibilidades de obtener poder político en el futuro. Es tan esencial la oposición, que sin ella no se puede hablar de una verdadera democracia.
Los mismos incentivos que promueven este escrutinio convierten a la oposición en un músculo obstaculizador. Con tal de evitar que el partido en el poder acumule logros que sumen a su caudal electoral en el futuro, los diputados de otros partidos, así como actores de la sociedad civil, pueden verse tentados a detener con ímpetu toda propuesta del Ejecutivo o bancada oficialista en la Asamblea Legislativa.
Solamente un espíritu mezquino, el menos patriótico de todos, se opone sin proponer, sin causa real, sin motivo más allá que evitarle reconocimiento al gobierno de turno.
Carlos Alvarado llegará a gobernar con una Asamblea fragmentada y con tan solo diez diputados, bajo la sombra del rencor político, existente contra su partido por parte de otras agrupaciones, y una sociedad civil muy polarizada, en torno a los temas ligados a la identidad religiosa.
Aunque la mitad de los diputados del PLN y del PUSC se comprometieran a trabajar junto con el oficialismo, no obtendrían la mayoría simple para aprobar proyectos menores; una mayoría calificada pareciera ser imposible. En este sentido, los prospectos de avances significativos en el futuro gobierno son bajos.
Alianzas. Por otro lado, y con un poco de optimismo, las alianzas y adhesiones que se dieron en la segunda ronda electoral reflejaron una disposición de migrar hacia el centro del espectro político y buscar puntos de consenso nacional.
El compromiso de limitar el déficit fiscal y el endeudamiento público para financiar el gasto corriente, poner topes a los salarios de lujo, reducir el crecimiento en la contratación del Estado, así como no renegociar convenciones colectivas al alza, pareciera ser muy serio por parte del presidente electo.
Las adhesiones de Rodolfo Piza y Edna Camacho, pese a tener divergencias ideológicas importantes con el PAC, dan fe de que dicho compromiso se cumplirá. Todos los puntos anteriormente mencionados han sido también expuestos de una u otra forma por la mayoría de los partidos representados en la Asamblea Legislativa. Las diferencias existen, pero no son sustanciales como para enfrascar al país en otros cuatro años de ingobernabilidad.
Quienes nos representan en la Asamblea deben saber que, como ciudadanía responsable, estamos observando sus acciones, pues el ejercicio democrático no termina en las urnas.
¿Trabajarán los diputados opositores para obstaculizar o para negociar? Cuando se opongan a una iniciativa del Poder Ejecutivo, ¿expondrán argumentos racionales para hacerlo o dejarán que las pasiones predominen?
Tremendo castigo se llevaron el Frente Amplio y el Movimiento Libertario por ser oposición sin propuestas materializadas y sin logros trascendentales; el pueblo los sacó casi totalmente del plano político.
La oposición que necesita Costa Rica debe ser constructiva. Nos compete a los ciudadanos entender que en el proceso de negociaciones políticas los partidos pueden intercambiar votos apoyando avances en agendas de interés para los bandos representados. Este proceso es esencial para lubricar el engranaje político.
El autor es economista.