La literatura más reciente sobre el cambio político en los países que experimentaron la llamada Primavera Árabe es reveladora al concluir que no todas las transiciones logran consolidar la democracia.
Algunas sociedades quedan atrapadas entre el autoritarismo y la organización de elecciones. La situación no es una característica exclusiva de los países del norte de África y Oriente Próximo, sino, también, de las antiguas repúblicas soviéticas y algunos ejemplos en Centroamérica.
Muchos años después de haber aceptado los modelos o paradigmas de la transición, los resultados no son nada positivos. La llamada tercera ola democrática no alcanzó a ser, en algunas regiones, más que un salpicón de espuma que se desvanecería rápidamente. El cambio no condujo a la democracia, ni se ajustó a las fases que establecían los modelos trazados por O’donell, Schmitter y Whitehead, entre otros autores.
Planteo la existencia en Guatemala de un sistema político atrapado. Es decir, el país nunca estuvo inmerso en un proceso de transición como tal. Quedó atrapado en una serie de transformaciones que no condujeron a un cambio de régimen, sino a la aparición de nuevas formas autoritarias y antidemocráticas en el ejercicio del poder.
Las elecciones se convirtieron en el mecanismo técnico que legitima el nuevo orden de cosas que, progresivamente, fue ocupando espacios importantes en la toma de decisiones.
Las instituciones fueron debilitadas, los grupos de poder se diversificaron y se inició una seria disputa por la apropiación y control de las principales instituciones del Estado. Este proceso tuvo dos etapas claramente marcadas. En los primeros doce años (administraciones de Álvaro Arzú, Alfonso Portillo y Óscar Berger) se organizaron algunos acomodos institucionales, aparecieron nuevos grupos de poder económico, se alteraron los equilibrios de fuerzas y se inició la disputa por las estructuras de toma de decisión.
En un segundo período, que abarca los últimos ocho años (administraciones de Álvaro Colom, Otto Pérez y Alejandro Maldonado), los arreglos entre los grupos en disputa se rompieron, se agudizan los conflictos por el control de la institucionalidad y se observan peligrosas formas de autoritarismo.
Ello se ha visto agravado por la presencia adicional de dos grupos constituidos por mafias internas y el crimen organizado, que buscan el enriquecimiento ilícito y la impunidad en el sistema de justicia.
Disfraz. Las sociedades atrapadas ponen en riesgo no solo la estabilidad interna del sistema, sino además constituyen una seria preocupación para sus vecinos inmediatos y, por supuesto, para los Estados Unidos.
Este último país, que en los últimos meses, por intermedio de su embajada, ha estado participando de forma activa a fin de influir en el rumbo de una sociedad que hoy demuestra que los cambios hacia la democracia disfrazaron un fuerte enfrentamiento por constituir regímenes autoritarios que se legitiman mediante elecciones muy bien organizadas cada cuatro años.
El resultado de las elecciones pasadas deja evidencia contundente. Los principales beneficiados parecieran ser las fuerzas armadas, que, a pesar de la coyuntura actual, se constituyen en la primera fuerza con posibilidad de ganar la presidencia y controlar cuotas de poder en el Congreso.
Amparados bajo la figura de Jimmy Morales y el Frente de Convergencia Nacional (FCN) logran sobrevivir como actores importantes.
Por otra parte, la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), con su candidata, Sandra Torres, salva al partido, asegura cuotas de control en el Parlamento y reposiciona los intereses económicos de aquellos grupos que habían llevado al poder a su exesposo, Álvaro Colom.
Finalmente, aunque pareciera que Manuel Baldizón fue el gran perdedor, no debe olvidarse que su partido goza de muy buena salud en el legislativo y consolida al Partido Líder como referente necesario para el equilibrio de poderes.
Los acontecimientos ocurridos en los últimos seis meses revelan la existencia de un sistema político que no logró avanzar hacia la democracia y que hoy se encuentra atrapado entre la renovación del autoritarismo, las disputas por el control estratégico de las instituciones del Estado, la presencia de nuevos actores que han alterado el equilibro de fuerzas y se enfrentan entre sí.
Los ganadores y los perdedores del proceso electoral saben desde ahora que las reglas del juego se mantienen y que queda por ver quiénes sobrevivirán como jugadores con poder de veto en un sistema que abandonó la democratización y la sustituyó por nuevas formas de ejercicio del poder.
Daniel Matul es profesor de la UCR.