1
Corría setiembre de 1956 y la participación de indígenas en la pasada de la Virgen de los Ángeles quedaba rigurosamente prohibida.
Mi mamá me cuenta que monseñor se vio en la necesidad de tomar esa decisión. Un asunto que se salió de control. Una aparente anomalía. Un irrespeto a la tradición.
En su libro Historias de Cartago y los dos colegios, don Jesús Mata Gamboa opina distinto: los “cholitos”, que caminaban alrededor de cuatro horas para llegar a Cartago y honrar a la Negrita, no incurrieron nunca en la menor infracción de las buenas costumbres. Eran, más bien, el germen de la devoción.
Pero, según otras versiones, esos mismos “cholitos” bienhechores de los que habla don Jesús, ese año experimentaron un arrebato de furioso paganismo, y tal cosa, por supuesto, resultaba inadmisible.
Mi mamá me cuenta, también, de individuos lujuriosos que se pasearon por la ciudad con unos calzoncillos cortísimos y unas plumas en la cabeza. En el Diario de Costa Rica, por otro lado, se habla de una “grotesca exhibición de gentes irresponsables, cubiertas o semicubiertas con harapos, casi desnudos, como si se tratara de una comparsa carnavalesca”. Y se habla de orgías indígenas, ebriedad, pieles pintadas con anilina y turistas extranjeros que fotografiaban ese siniestro y vergonzoso espectáculo.
Cabe decir que, de algún modo, aquel no constituía un fenómeno muy distinto de lo que sucedía regularmente. No es necesario irse a los documentos coloniales. Basta la lectura de otros testimonios menos añosos: el periódico El Día, a inicios del siglo XX, se refiere a la pasada y alude a perros con rosquillas en el pescuezo y “cholos” semidesnudos pintados con achiote. Todo esto, sin el menor asomo de estupor.
Pero algo pasó en la pasada del 56, algo que tocó fibras delicadas. Una suerte de caída. Pero en cámara lenta.
2
Tras el autogolpe de Luis Napoleón Bonaparte, en 1851, el escritor francés Víctor Hugo se mostró sorprendido y dijo que aquello había sido como un rayo sobre un cielo sereno. Karl Marx, con su habitual mordacidad, ironizó al respecto y dijo que, seguramente, el autor de Los miserables miraba la historia con los lentes equivocados.
Alguien podría conjeturar que las autoridades eclesiásticas del 56 usaban los mismos lentes de Víctor Hugo y por eso hallaban extrañeza en lo habitual.
Alguien podría decir que algo había cambiado en nuestra sociedad.
Alguien podría referir que estábamos en la resaca inmediata del 48 y el 55, que habíamos tenido hacía poco un enfrentamiento con Nicaragua y que tal cosa había sido en serio, con muertos, aviones, conspiraciones, bombas y todo.
3
Mark Fisher opina que los hippies de los 60 salieron de una supina niebla hedónica para asumir el poder y despreciar la sensualidad.
A lo mejor, algo así sucedió con los vencedores del 48, el Cardonazo y el 55.
A lo mejor, eso explica que, con el fortalecimiento del Estado, apareciera la moralidad, y con la moralidad, el olvido.
A lo mejor, en el 56, en Cartago, apenas tuvimos una mínima forma de caída del Edén, una súbita pérdida de la inocencia que concitó reclamos. Algo así como un Woodstock agrario, católico, a la tica.
Fabián Coto Chaves es escritor.