
Hace un par de semanas, tuve una de esas noches bohemias que uno no planea, pero que terminan dejando más reflexiones que cualquier libro. Estaba en un chiringuito, en pleno corazón de La Sabana, con un par de grandes amigos, cuando la conversación tomó un rumbo que suele ser común en nuestras tertulias: el país.
Hablábamos de cómo la sociedad se ha vuelto más agresiva, sin valores, con una mezcla de cinismo y resignación, porque, pucha… cómo duele reconocer lo que le está pasando a este país. Entre risas amargas, un par de berreos y reclamos por la situación, y un fondo de música vieja, lancé una pregunta casi en tono de desahogo:
— ¿Pero qué carajos está sucediendo, que hemos caído tan bajo como sociedad?
Uno de mis amigos, filosofando más que politiqueando, me respondió con una frase que me atravesó la cabeza: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…”
Así fue como conocí –o más bien, redescubrí– Cambalache, el tango de Enrique Santos Discépolo, escrito en 1934, pero que parece retratar con exactitud el siglo XXI. Como soy tan intenso, lo apunté en mis “Notes” para escucharlo después, con atención, y me impresionó la vigencia brutal de sus versos.
Discépolo hablaba del siglo XX, pero su descripción encaja perfectamente con la época actual, una sociedad donde “da lo mismo ser derecho que traidor”, donde la apariencia vale más que la coherencia, y donde todo –en serio, todo– se mezcla en un mismo lodo.
Y es que, por Dios, hoy ese cambalache no está en los cafés de Buenos Aires, sino en las pantallas, en los discursos políticos, en las redes sociales, en las calles y en la vida cotidiana de los costarricenses.
Vivimos en un mundo donde se celebra la astucia más que la honestidad, donde la mentira compite con la verdad por quién tiene más alcance, y donde el ruido, los gritos y los berridos sustituyen el contenido. El chorro y el sabio, el cura y el caradura, conviven en el mismo escenario digital y físico, buscando atención y aprobación, mientras los valores se diluyen en la espuma del ego y la prepotencia.
Y justo cuando seguía escuchando el tango, sonaron unas cuantas líneas más que golpean como una carcajada amarga, porque es una falta de respeto y un atropello a la razón que cualquiera ahora es un señor. No pude evitar soltar una sonrisa irónica. Porque, claro, Discépolo lo dijo hace casi un siglo, pero podría haberlo escrito ayer, viendo cualquier noticiero o revisando un timeline...
Hoy cualquiera se gana el título de “señor” y cualquiera se convierte en ladrón con un discurso bien armado y una excusa convincente de esas que llaman populismo. Los inmorales, como bien dijo el tango, nos han igualado: ya no hay escalafón ni vergüenza. Todos mezclados en el mismo lodazal: algunos disfrazados de santos, otros con traje caro, y otros, simplemente sin careta, porque ya ni hace falta fingir.
Todo esto me llevó a analizar que la pérdida de valores ya no es un discurso moralista, es una evidencia cotidiana donde se confunde libertad con impunidad, autenticidad con exhibicionismo y éxito con trampa.
¿Saben lo más grave? Que ya casi nadie se sorprende… El que roba “porque todos lo hacen”, el que miente “porque así funciona”, el que calla “para no complicarse”. Es el nuevo cambalache, más veloz y superficial, donde el cinismo es moneda corriente y la indignación dura lo que un story de Instagram.
Aun así, cierro con que me gusta pensar que no todo está perdido.... que todavía hay quienes creen en la decencia sin espectáculo, en la coherencia sin aplausos, en la ética sin filtro. Quizá la verdadera rebeldía de esta época sea mantener los valores en un mundo que los considera anticuados. Y, bueno, pues nos tocará luchar por mantener esos valores costarricenses hasta donde se pueda.
Discépolo no fue solo un poeta del desencanto, fue un visionario. Y si pudiera mirar nuestro tiempo, probablemente escribiría lo mismo, pero con más sarcasmo y emojis.
Porque sí, el mundo fue y será una porquería... pero no está condenado a serlo. Depende de nosotros dejar de revolcarnos en el mismo lodo y empezar, aunque sea con las manos limpias, a construir un lugar un poco menos cambalache y un poco más humano y educado.
Juan Sandoval Chaves es estudiante de Administración de Empresas y Contaduría.