Al Partido Acción Ciudadana (PAC) se le podría aplicar lo que decía el estribillo de una vieja canción cubana: «Pobrecito Chacumbele, él mismito se mató, él mismito se mató».
Ni siquiera Ottón Solís, su fundador, se salva de la responsabilidad. Pero, a pesar de la tragedia, hay que resaltar algo que en la lucha por el poder democrático pocos precedentes tiene: Ottón logró levantar de la nada una agrupación política hasta llevarla a competir, en igualdad de apoyo popular, con los dos grandes partidos políticos que tuvieron la ventaja del respaldo que le dieron las obras inmensas de Calderón Guardia y Figueres Ferrer.
Fue él solo, con su capacidad y voluntad patriótica, casi sin ideología, solo voluntad y esfuerzo, con una bandera en alto que no abandonó jamás: la moral en los asuntos públicos, la moral para todos los funcionarios en el ejercicio de su función.
Esa fue su vocación de lucha y, paradójicamente, la espada que lo liquidó.
Que yo conozca, nunca hubo un partido político que alcanzara grandes alturas, gritando que en la función pública el recto camino fuera la honradez. En el decir, sí, casi todos, pero no en el actuar.
La moral, cuando es personal y auténtica, es absoluta, sin concesiones; en la política, en cambio, es objetivo difuso, de poca atención general en los quehaceres del poder. Por ejemplo, cuando no se tiene mayoría en la Asamblea, hay que ceder en principios y objetivos.
En Costa Rica, como en el resto del mundo; ahora como en el inicio de toda organización estatal constituida alrededor de un acuerdo y una estructura legal, priva la moral política y se aparta de la moral particular.
El que en la acción política acomete como don Quijote, moral en ristre, que se prepare a recibir palos y azotes, no triunfos ni reconocimientos. Ejemplariza, es cierto, pero no triunfa.
Pero la democracia necesita de esos ejemplos. De ese ciudadano en la calle con el valor y la voluntad necesarias para gritar verdades, denunciar desvíos ideológicos y desvergüenzas morales.
Eso fue Ottón Solís y eso quiso que fuera su partido. En cuanto a esto último, apenas alcanzó a señalar lo correcto.
No obstante, pienso que el país y su democracia tienen la obligación de no dejar morir al PAC. Lo continúan necesitando.
Caso norteamericano
El capitalismo norteamericano tenía como identificación, su sello de nacionalidad, de tradición y futuro, todo lo que representaban los bancos, las sociedades de seguros y otros centros de poder financiero. Ante la última crisis que sufrió Estados Unidos, su gobierno, de inmediato irrumpió en todas estas empresas, tomó dirección en las juntas particulares que las gobernaban y, a pesar de los millones de ciudadanos que habían quedado en la miseria —consecuencia de malas prácticas—, apoyó a las empresas con millones de dólares para que no perecieran.
Yo no digo que lleguemos a tales extremos, pero sí que busquemos una forma de salvar la institución política que tuvo como horizonte mantener la moral como una de las bases democráticas más auténticas.
Algo debe hacer este país para salvar al PAC. Si es posible encontrar la manera, deberíamos hacerlo. Si podemos salvar al PAC, hagámoslo. Aunque solamente sea para rescatar ese comportamiento moral que toda democracia necesita para continuar viviendo.
El autor es abogado.