Luego de haber reventado la crisis financiera internacional, un tema pendiente entre los reguladores y los regulados es cómo desarrollar puntos de control para la detección temprana de los elementos germinadores de las crisis, minimizando el contagio entre los sistemas financieros y así mitigar el riesgo sistémico (entendido como el evento adverso que impactará a todos los agentes económicos sin excepciones).
En la crisis, la propagación global de efectos fue veloz, tanto que, al percatarnos, ya los eventos críticos estaban en las narices de los principales centros financieros mundiales; y, no habiendo detección temprana, impidió utilizar un antídoto que, al menos, aplacara dicha propagación. La infraestructura global de información, de datos duros y del mapeo de interconexiones financieras, fue inadecuada o simplemente inexistente, impidiendo mitigar ex ante la materialización del riesgo sistémico.
Las regulaciones financieras se enfocan correctamente al interior de los países; sin embargo, debe irse ampliando hacia lo internacional. Un buen balance de estos elementos contribuirá a la estabilidad financiera global. Esto plantea dos retos: primero, uniformar metodológicamente el levantamiento de la información; y, segundo, cómo facilitar información financiera, concebida como un bien público, sin rayar con la confidencialidad.
En general, se dispone de información consolidada de los intermediarios. Si bien es necesaria, resultó insuficiente. Se debe avanzar en la construcción de información granular. Esto significa que la base de datos esté en capacidad de identificar al cinco, el destino de las operaciones activas y la procedencia de las operaciones pasivas; sobre todo si en ambos casos ocurrieron en plazas financieras diferentes a la local. De hecho, el mismísimo Bank for International Settlements (BIS), regulador por antonomasia, si bien contó con información consolidada pero con muy poca granularidad, no pudo rastrear oportunamente las operaciones de crédito globales. Mientras tanto, la crisis cobraba su factura engordada, merced a esta debilidad.
En los momentos críticos, intermediarios no estadounidenses, invirtieron en activos de corto plazo denominados en USA dólares para luego intercambiarlos por euros. Después, les resultó difícil retornar a sus posiciones en dólares, dada la contracción de liquidez experimentada, por lo que la demanda de esa moneda se satisfizo con la habilitación de recursos desde los bancos centrales. Estos, en adelante, quedaron interesados en darle seguimiento a la utilización de sus respectivas monedas, en las diferentes operaciones internacionales. Para ello, se requerirá información granular por moneda de las transacciones con derivados, facilitando la identificación no solo del estado de las mismas; sino, además, de las exposiciones al riesgo de cada una.
En la crisis, cuando los grupos financieros globales cuidaron su liquidez, recortando el fondeo a sus similares en otras latitudes, estos también lo hicieron localmente. Las actividades en principio financiadas, súbitamente quedaron desfinanciadas.
Así, se contrajo la economía, el empleo y el consumo, entronizando la incertidumbre. La baja granularidad de la información apuró un recorte de liquidez indiscriminado. Una alta granularidad pudo haber focalizado el recorte en las plazas financieras mayormente expuestas al riesgo de contagio, diluyendo los efectos.
En síntesis, se trata de coleccionar datos, con los cuales se pueda mapear la interconexión de las operaciones entre los diferentes sistemas financieros, para que desde la perspectiva del riesgo sistémico, se detecte y actúe anticipadamente sobre eventos cuyo impacto puede ser ingrato en sus consecuencias financieras, económicas y sociales.