
¿Quién escribe? Yo, adulta mayor que ha vivido con la radio desde que se acuerda –por lo menos desde que tenía cinco años–, hoy miembro de un alto porcentaje de la población adulta mayor del país. Ese segmento, con toda seguridad, y yo, vivimos muchos años con el radiecito a la par, cosa que aún hacemos.
Desde pequeña, en mi casa, en mi familia, se escuchaba radio desde el despertar, al mediodía y por las noches. Cuando nos levantábamos para ir a la escuela y luego al colegio, mi padre lo encendía y escuchábamos entonces el programa para los tempraneros: Legión de Madrugadores. Llegaba el mediodía y entonces escuchábamos el Ave María por Radio Reloj, y las noticias. Por las tardes, se hacían las tareas, se leía, se cumplían obligaciones del ser estudiantes, y se salía de la casa, afuera, a jugar, a ver vecinos, y más adelante, a compartir con gente joven y adolescente. Allí se hablaba, sí, de radio, de música, de canciones. Se hablaba de Titania, Radión, radio Rumbo, Sinfonola, Musical, radio Tigre, y de otras muchas estaciones. Mientras tanto, al tiempo que corría la tarde, nuestras ayudantes domésticas planchaban la ropa con su radio encendido, cantando, sí, cantando rancheras de las que aprendimos no pocas, por cierto.
Por las noches, escuchábamos novelas, como Kazán el Cazador, Doña Chona y Tranquilino, Cuquita y su mamá. Y más adelante, Escuela para Todos. Nos dormíamos con el radio sobre la mesa de noche, escuchando dedicatorias de canciones románticas de novios enamorados. Y tantos programas más.
Estaciones de música clásica y religiosa también nos alimentaban día a día con el santo rosario, y cada 31 de diciembre, Radio Reloj nos contaba las campanadas del Año Nuevo, aunadas estas al Himno Nacional y al canto del Ave María. ¡Qué tiempos tan hermosos aquellos!
Pero es necesario recordar que la radio fue útil también para llenar necesidades indispensables con la transmisión de mensajes a familias alejadas de zonas más rurales y, así, de pronto escuchábamos: “Se le avisa a la familia Salas de La Palmera de San Carlos”, por ejemplo, “que a su hermano lo operaron ayer y que salió bien. Que no piensen”. O, a la familia Quesada, de Santa Cruz de Turrialba, por ejemplo, se le notificaba que uno de sus miembros “llegaba mañana en la cazadora de las 5:00 p. m. y que lo fueran a esperar con bestia”.
Eran años de comunicaciones radiofónicas por todo el país, para todos sus habitantes, para llenar necesidades básicas, o didácticas, o religiosas, o sencillamente, para disfrutar de la música. Comunicación, alegría, entretenimiento, aprendizajes varios: así era la radio entonces. Era compañía y lo sigue siendo, sin duda. La radio era y es compañía. La radio da espacio para aprender mientras se desarrollan otras actividades. Pero sigamos.
En las construcciones, siempre alguno de los trabajadores tenía o tiene un radiecito. Se camina al frente de una y lo que escuchamos, entre martillazos y taladros, es un radio encendido. Y, sorprendentemente, aún en los estadios se ven todavía quienes llevan su radio y se lo pegan al oído para poder escuchar mejor la narración del partido, aunque lo estén viendo en vivo.
Además, para muchos de nosotros, subir al automóvil requiere del movimiento inmediato y casi inconsciente de encender el radio. No nos movilizamos –“ni aunque sea a la esquina”, decimos los ticos– sin Sinfonola o sin radio UCR, sin Monumental, sin 94.7, sin radio Dos, o sin programas de entrevistas, deportivos, o sin algún otro tipo de noticiero que nos vaya actualizando acerca de diversas situaciones.
Si hacemos un análisis de lo que llevo escrito hasta aquí, podemos deducir de qué forma la radio esculpió en nuestra memoria histórica creencias y costumbres de los costarricenses de todo el territorio.
Con la radio crecimos y con ella vivimos hoy también. Con la radio aprendimos a ser y a hacernos ticos. De manera que esta breve asomadita al papel que desempeñaron la radio y sus programas permite descubrir matices históricos de este país, imposibles de borrar. Son antropología, son historia; somos nosotros, los ticos.
Nuestros nietos se enriquecen también con esa herencia que les damos día a día. Preguntan y aprenden.
Hoy, que la radio se encuentra amenazada, me pregunto: ¿es que ese acervo cultural del país, fuertemente interiorizado y compartido con tanta fuerza por su gente, se puede eliminar a voluntad?
eugenia.ibarra68@gmail.com
Eugenia Ibarra Rojas es antropóloga e historiadora.