
Más de 1,7 millones de toneladas de residuos electrónicos serán generados globalmente cuando Windows 10 deje de recibir soporte. Esto ocurrirá el 14 de octubre de 2025, fecha que, paradójicamente, coincide con el Día Internacional de los Residuos Electrónicos (International E-Waste Day).
En todo el mundo, millones de usuarios se verán forzados a reemplazar dispositivos que todavía funcionan correctamente, porque no cumplirán con los requisitos de seguridad exigidos por el nuevo software.
El alcance de Windows 10 es profundo: casi la mitad de los ordenadores personales del planeta lo utilizan. Una gran parte de estos no puede actualizarse a Windows 11 debido a las estrictas especificaciones de hardware. Es un ejemplo que ilustra el nivel de dependencia que hemos alcanzado con las grandes corporativas tecnológicas.
Resulta contradictorio que un cambio de software pueda originar millones de toneladas de desechos tecnológicos justamente el día destinado a reflexionar sobre la reducción de estos residuos. Como advierte Rebeca Grynspan, secretaria general de la UNCTAD: “La economía digital, a menudo elogiada por su naturaleza virtual e intangible, ha creado la ilusión de un mundo libre de residuos materiales”.
En el informe de Naciones Unidas Shaping an environmentally sustainable and inclusive digital future, se subraya la urgencia de adoptar una mentalidad que considere la sostenibilidad en cada etapa del ciclo de vida digital, desde el diseño hasta el reciclaje.
Según el Global E-waste Monitor 2024, en 2022 se generaron 62 millones de toneladas de residuos electrónicos a nivel mundial, de las cuales apenas el 22,3% fueron recolectadas y recicladas de forma adecuada. El resto termina incinerado, en vertederos o exportado a países con menor capacidad de gestión ambiental, lo cual intensifica la crisis ecológica global.
Inteligencia artificial
El problema de la obsolescencia programada, sin embargo, no se limita solo a Microsoft y Windows 10.
El auge de la inteligencia artificial generativa está acelerando la demanda de hardware especializado, sobre todo de unidades de procesamiento gráfico (GPU). Estos componentes, diseñados para entrenar y ejecutar modelos complejos, suelen tener un ciclo de vida muy corto, de apenas entre 3 y 5 años, y a menudo se desechan incluso antes por razones técnicas o económicas.
Además, los centros de datos masivos (superclusters computacionales que alcanzan en tamaño a ciudades como Manhattan) que sostienen la infraestructura de la IA requieren de cada vez más renovaciones de equipos, lo que genera volúmenes crecientes de residuos digitales. Estos dispositivos contienen metales altamente tóxicos, como plomo y cromo, además de metales preciosos como oro, plata, platino y paladio.
Prácticamente el 100% de las GPU termina incinerado o en vertederos. Existe una tensión estructural entre la velocidad de expansión de la IA generativa y la capacidad real del ecosistema tecnológico para adoptar prácticas sostenibles y circulares.
Científicos estiman que los residuos electrónicos derivados de la IA se multiplicarán por 1.000 para el año 2030, lo que generará entre 1,2 y 5 millones de toneladas adicionales de basura electrónica. Este volumen sería equivalente a desechar entre 2.100 y 13.300 millones de iPhones 15 Pro, o entre 0,2 y 1,6 teléfonos por persona en el mundo. Desde distintas perspectivas, es un delito ambiental.
Los desechos digitales constituyen un cascarón gigantesco de chatarra que evidencia uno de los mayores engaños de la transformación digital: detrás de cada byte, hay una creciente huella física que el modelo trata de invisibilizar deliberadamente: minerales, agua, energía, explotación laboral, generación masiva de desechos, contaminación de la biosfera, grandes emisiones de CO2...
En América Latina, por ejemplo, se producen alrededor de 14 millones de toneladas de residuos electrónicos cada año, pero solo el 3% se gestiona de manera ambientalmente responsable, mientras que el 97% restante contamina suelos, aguas y ecosistemas locales, o tiene un destino desconocido.
pablo.gamezcersosimo@gmail.com
Pablo Gámez Cersosimo es investigador, escritor y periodista.