Con la mirada del mundo puesta en Roma, la Iglesia católica se prepara, en medio de oración y expectativa, para un nuevo cónclave. Más que un evento político o un espectáculo mediático, se trata de un proceso de sucesión profundamente espiritual: la elección del nuevo sucesor de san Pedro.
El cónclave tiene, ante todo, un carácter religioso y pastoral. No se trata simplemente de escoger a un nuevo líder administrativo, sino a un pastor, un guía que asuma el timón de la Iglesia universal en tiempos complejos. El próximo papa tendrá sobre sus hombros la tarea de cuidar del pueblo de Dios, de confirmar en la fe, de consolar, corregir, animar y proponer caminos de esperanza.
No es tarea sencilla. Algunos cardenales llegan cansados a este momento; otros, con energía, pero con escasa experiencia en escenarios internacionales.
Ahora bien, no se puede ignorar el componente político del cargo. El Papa no solo es el obispo de Roma: también es jefe de Estado del Vaticano. Por eso, quien lo suceda debe contar con experiencia en el manejo de conflictos multilaterales, una sensibilidad aguda para el diálogo interreligioso y una voz capaz de hablar tanto a sociedades de mayoría católica como a aquellas donde los fieles son minoría.
El mundo necesita un pontífice que sepa moverse con firmeza y compasión entre culturas, pueblos y credos, sin perder de vista el horizonte evangélico.
Pero incluso reconociendo esa dimensión política, no podemos perder de vista lo esencial: la palabra “pontífice” viene de “constructor de puentes”. Y eso es precisamente lo que buscan los cardenales: no colocar a un país o a un continente en el centro, sino discernir –desde la fe, el diálogo y la oración– quién puede servir mejor a toda la Iglesia. Comprendo el morbo que despiertan los rumores y las teorías conspirativas, donde la creatividad nunca falta, pero cambiarle el tono espiritual a un cónclave no ayuda a nadie.
Por eso, el llamado final es a la prudencia. Comunicadores, analistas, fieles: respetemos el proceso. Ya ha comenzado el “precónclave”, las llamadas congregaciones generales, esos encuentros en los que los cardenales comparten visiones, inquietudes y luces. De ahí han surgido los últimos cuatro papas. Dejemos que trabajen con serenidad. A nosotros nos corresponde acompañar con respeto, silencio y oración.
Acabamos de despedir a un grande. A un pastor con olor a oveja, que rompió moldes, que abrió puertas y ventanas para que el aire fresco del Evangelio siguiera respirándose en todos los rincones del mundo.¡Gracias, Francisco!
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Germán Salas Mayorga es periodista.
