
Recuerdo con nitidez las celebraciones de la Independencia de antaño. Comenzábamos el 14 de setiembre, a las 6 p. m. El Himno Nacional nos reunía en un silencio solemne, mientras todo el país parecía detenerse. Éramos hermanos bajo una misma bandera, junto al paso de la antorcha, orgullosos de no tener ejército ni perseguidores, de vivir en una tierra que ofrecía oportunidades sin mirar el origen de cada quien. Esa fue la Costa Rica que conocí. Pero este 15 de setiembre, no puedo evitar preguntarme: ¿qué celebramos realmente este año?
La independencia que recibimos en 1821 no nació de campos de batalla, sino de un acuerdo pacífico. Una herencia tan frágil como valiosa, construida sobre principios de convivencia, respeto y democracia. Sin embargo, para muchos, el feriado parece significar solo poder levantarse más tarde, organizar un paseo e ir a los desfiles.
Riesgo latente
A nuestro alrededor, en Centroamérica y Suramérica, soplan vientos cada vez más densos: voces amordazadas, medios bajo presión, poderes públicos sin contrapesos y líderes que se sienten más cómodos en el trono que en la plaza pública. Y aquí, en este pequeño país que tanto presume de su democracia, este año la efeméride llega con una serie de amenazas y división marcada por visiones opuestas de desarrollo nacional.
Los Supremos Poderes están enfrentados entre sí; el Congreso, paralizado; la inseguridad, en niveles lamentablemente históricos. Los juzgados, sobresaturados. El país, tomado por el narcotráfico y las balas del crimen organizado. Los ciudadanos no vemos clara cuál es la política para hacer frente a todos esos problemas.
¿Cómo es posible que, con tanto en juego, tratemos esta fecha como un simple día libre? Quizá porque damos por sentada la independencia, como si fuera un recurso inagotable. Pero los problemas que enfrentamos no son mal menor y la historia nos demuestra que cuando los derechos no se cuidan, pueden perderse más rápido de lo que tardaron en conquistarse.
El peso de las palabras
Nuestros antepasados, sin embargo, previeron escenarios así. Por eso, el undécimo punto del Acta de la Independencia de Centroamérica nos exhorta a “la fraternidad y concordia... sofocando pasiones individuales que dividen los ánimos y producen funestas consecuencias”. Palabras escritas hace más de dos siglos, pero que hoy parecen dirigidas a nosotros.
Espero que nuestros líderes políticos y sociales entiendan la dimensión y la responsabilidad de dirigirse al país en esta efeméride; no para politiquear o acusar, sino para proteger y defender. No hacerlo sería muy irresponsable.
Costa Rica necesita tomarse en serio esta discusión. Vamos hacia una elección presidencial. Confío en que quienes postulan sus nombres al escrutinio del soberano entiendan la gravedad del momento y alisten estrategias serias, medibles, para resolver la crítica situación. El norte debe ser uno: ¿estamos honrando el Pacto Social Fundamental sobre el que se basa esta nación?
Como lo dijo el expresidente y héroe nacional Juan Rafael Mora Porras en Puntarenas, el 17 de setiembre de 1860: “Apresuraos a uniros con nosotros y a romper vuestras cadenas al grito de ¡Viva Costa Rica!”. Que sus palabras no sean solo historia, sino un compromiso vivo.
Germán Salas M. es periodista.
