Las fuentes para potabilización son de dos tipos. Las aguas subterráneas afloran como nacientes y son captadas en el punto de afloramiento para evitar que discurran sobre la superficie del terreno y se contaminen. Las aguas superficiales son aquellas que transcurren a cielo abierto por la superficie del terreno y que son producto de la lluvia y de afloramientos, los cuales luego se convierten en ríos, lagos, lagunas, embalses, estuarios y agua de mar.
Las aguas subterráneas, por su misma condición, son mucho menos vulnerables a la contaminación, y si se protegen adecuadamente, son fuentes seguras. Las aguas superficiales están expuestas a que la escorrentía transporte todo tipo de contaminantes. Estos son nuestros ríos, lagos y agua de mar o salobre en las zonas costeras. Por esta razón, las tomas sobre ríos se colocan en los sitios más altos de las cuencas, ya que es donde se llevan a cabo menos actividades antropogénicas.
Muchas de las tomas superficiales más importantes y que producen el mayor caudal abastecen alrededor del 50 % de los sistemas, como la cuenca alta del río Virilla, afluentes y otras zonas urbanas, como la de Puntarenas (cuenca del río Barranca), Limón (cuenca del río Banano) y Liberia (cuenca del río Liberia), por citar algunos ejemplos.
El problema es que estas tomas se construyeron hace muchísimos años, cuando estos lugares eran boscosos, potreros y con poca actividad agrícola. Así era Coronado, donde se ubicaron las primeras tomas para la planta potabilizadora de Guadalupe, allá por la década de los 50. En ese tiempo, Costa Rica llegaba a un millón de habitantes. Hoy somos más de 5.200.000. A principios de la década de los 60, en Coronado vivían 10.600 personas y en el 2023 alcanzó 73.500 habitantes.
El crecimiento poblacional trae consigo una gran cantidad de actividades antropogénicas que generan contaminación, comenzando por la ausencia de sistemas de alcantarillado sanitario y plantas de tratamiento de aguas residuales, donde se puedan devolver al ambiente causando el “mínimo” impacto.
Los contaminantes de hoy incluyen, además de la materia fecal, sustancias de medicamentos como las hormonas, los citostáticos y los antibióticos, o productos de belleza e higiene personal; también otros de uso agrícola, como herbicidas (causantes de la emergencia en la cuenca del río Barranca recientemente) o hidrocarburos, como los detectados en Turrialba y Guadalupe.
La mayoría de esos contaminantes no están dentro de los programas de control de calidad, a pesar de que algunos figuran en las normas. Asimismo, las plantas potabilizadoras no incorporan la tecnología necesaria para eliminarlos o disminuirlos hasta que el riesgo de enfermedad sea el mínimo. La ausencia de gestión de vigilancia sanitaria en las cuencas donde hay tomas de agua para su potabilización y la falta de monitoreo tornan el agua proveniente de estos sistemas cada vez más vulnerable a la contaminación, de ahí que durante los últimos meses se repitieran con frecuencia episodios de contaminación.
De acuerdo con el Informe Estado de la Nación del 2023, la cobertura con agua potable bajó del 2022 al 2023 de 97,5 % a 89,9 %, pero en los acueductos rurales o Asadas cayó un 14 %. Es de prever que en el 2024 el índice se desplome de forma dramática
A los eventos de contaminación en las fuentes debemos agregar los racionamientos, ya que en las redes vacías se generan presiones negativas que “succionan” contaminantes, sobre todo en las tuberías viejas o en mal estado. Por estos puntos donde se rompe el sistema se dan las fugas cuando la tubería está llena y el ingreso de agua sucia cuando están vacías. La población se ve obligada a almacenar agua, en ciertos casos en tarros abiertos, y al sacarla se corre el riesgo de contaminación.
Si bien es cierto que hace muchos años se acuñó la frase “El agua es salud y desarrollo”, hoy la gestión deficiente atenta contra la salud y frena ese desarrollo. El gobierno y la sociedad en general deben prestar atención al recurso hídrico.”
El autor es químico, presidente de Acasa.
