La propuesta de Monstesquieu, expresada en el Espíritu de las leyes planteó que la mejor forma de controlar el poder es distribuirlo entre varias representaciones, para lograr que el poder detenga al poder mismo. Él sabía de lo que hablaba porque fue contemporáneo de Luis XIV, el Rey Sol, quien se atrevió a decir: L État, c‘est moi (“el Estado soy yo”).
La división de poderes, en esencia, continúa vigente hasta hoy porque ha evolucionado conforme las sociedades también lo hacen. Los Estados modernos hablan de cooperación, coordinación, de control mutuo para lograr una mejor protección de los derechos fundamentales. Hablamos de una interdependencia entre poderes, porque la democracia es una “especie de circuito abierto” donde se cruzan y pujan diversos actores desde diversos escenarios y, en el arte de gobernar, se debe escuchar a todos los sectores sociales para lograr la paz y la disminución de la desigualdad.
¿Se puede promover y mejorar el régimen democrático desde la polarización, la confrontación y la descalificación continua? Esta no es una pregunta retórica, en una duda sustentada al escuchar al presidente de la República arremeter sin pausa, sin aliento, sin pudor contra todas las instituciones de nuestro país.
Vengo de una generación que fue enseñada y formada en el respeto de los poderes de la República, desde la educación primaria así nos lo enseñaban. Y lo afirmo situada casi siempre en la acera del frente de los mostradores, representando y defendiendo la soberana consecución de los derechos humanos negados y violados en muchas ocasiones en las instituciones, pero esto no da pie para un ataque destructivo y aniquilador de estas. Para poner un ejemplo, la dramática lucha contra todos los tipos de violencias hacia las mujeres, donde el Ejecutivo tiene una larga y sangrante deuda pendiente.
Ese ataque feroz y permanente trae funestas consecuencias. Lo curioso es que esas mismas instituciones fueron las encargadas de supervisar el proceso democrático para luego entregar el poder representativo. No podemos quemar las naves y seguir como si nada sucediera.
El mensaje maniqueo de dividir a las autoridades y al país entero entre “los buenos y los malos” representa una visión dualista, radical y equivocada, porque simplifica todo en dos fuerzas antagónicas excluyentes. No olvidemos que la sociedad es diversa, disruptiva, dócil o beligerante, compleja, siempre en movimiento y en cambio.
Precisamente, el mensaje maniqueo hace una simplificación excesiva de la realidad. Esta simplificación la encontramos en las afirmaciones del discurso presidencial de este pasado 5 de mayo, donde se pintó un país que desconocemos.
Los discursos grandilocuentes me recuerdan la usanza de los viejos predicadores: gesticulan, hacen mímica, satanizan, ridiculizan, infunden miedo, montan un escenario, para finalmente ofrecer el paraíso; es más, muchas veces el mensaje ofrece que desde ya se puede disfrutar del Edén. Y aquí entramos, desde luego, en el campo emocional del mesianismo; las emociones se agitan y pueden obnubilar la razón.
Dejar de lado el diálogo, la negociación, la escucha, el entendimiento y la coordinación, son un golpe bajos a nuestro sistema democrático. Ese no ha sido el camino utilizado para forjar esta república. Ancestros y próceres han buscado salidas conjuntas; eso nos hizo grandes, y a ese espíritu debemos invocar para salir de estas peligrosas aguas pantanosas.
Las instituciones, incluidas sus limitaciones, no pueden constituirse en meros tinglados decorativos que obedezcan al Poder Ejecutivo, porque esto viola nuestra esencia como nación. Los pesos y contrapesos no solo son necesarios: son imprescindibles.
En el menú del autoritarismo, hay comportamientos, decisiones e iniciativas que buscan transgredir, debilitar, reducir o eliminar el ejercicio de las libertades ciudadanas, así como la rendición democrática de cuentas o el acatamiento de la ley. Por eso los ataques 24/7, sin pausa, sin aire, sin miramientos.
Pero este pueblo no es menso. Puede ser que lo parezcamos, pero no lo somos. Esa masa no homogénea, diversa, perdida a veces, cierto, siempre ha sabido salir del atolladero. Por eso no tenemos ejército. Hemos logrado, con las mujeres en primera fila, deshacernos de los dictadores; es bueno recordarlo y tenerlo presente.
Actualmente, las mujeres constituyen el grupo social que tiene el mayor poder de convocatoria. Siglos de enfrentamiento al poder patriarcal nos anteceden. Conocemos el uso del imperio y lo sabemos enfrentar. Si saben contar, cuenten con nosotras.
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Yolanda Bertozzi es abogada y escritora.