¿Qué imprime carácter? El esfuerzo, el estudio, el trabajo, el dolor, ¿quizás el amor? El cultivo de cualidades que nos distinguen es fundamental en la educación, la investigación, el desarrollo y la misión cívica de los ciudadanos.
Los hábitos intelectuales y morales forjan el carácter. La personalidad. Los clásicos lo identificaban como la fuerza para afrontar el bien arduo. El ánimo ante lo exigente. Es nuestra forma de ser. Lo que hemos forjado más allá del sustrato biológico o temperamento.
¿Nuestra sociedad atraviesa una crisis de carácter? ¿Estaremos favoreciendo la cultura del esfuerzo, la autonomía, el pensamiento crítico, la falta de prejuicios, la honradez intelectual y profesional? ¿Estaremos favoreciendo la firmeza en las convicciones y la coherencia en la actuación?
En los programas de progreso humano personal de las Universidades de Harvard y Oxford, el objetivo no es solo que el estudiante consiga un buen trabajo al abandonar las aulas, sino también que avance como persona, que desarrolle sus habilidades para razonar éticamente, que piense en problemas moralmente complejos, que muestre valentía, autocontrol, respeto y afecto.
Las anteriormente citadas son herramientas sumamente útiles para conseguir una vida exitosa en todos los ámbitos a la que se refería Aristóteles. Sin carácter, sin una personalidad, las sociedades se vuelven uniformes. Pierden vigor.
Ya lo decía el sociólogo estadounidense Richard Sennett sobre la pérdida de hábitos y ritmos de trabajo.
Las relaciones personales son significativas en la conformación del carácter. La familia tiene un influjo primordial. Asimismo, la comunidad educativa con la que se comparten compromisos e ideales.
El profesor desempeña un papel preponderante. Las disciplinas transmiten valores, pero más lo consigue con el ejemplo. La gestión del fracaso tiene un gran valor formativo. La vida no es una carrera de éxitos.
El fracaso es una oportunidad de aprendizaje. Otra herramienta en la educación del carácter son las lecturas, sobre todo, de los grandes autores de la cultura y el pensamiento.
Se dice que la crisis del carácter nos ha llevado de la studiositas a la curiositas. Del estudio al “curioseo”. Hemos dejado de lado la lectura reflexiva de textos valiosos. La hiperactividad nos consume.
Algunos se han acostumbrado a los tuits y a los likes. A lecturas breves y superficiales. Florece así una crisis del carácter y del saber en la vida política y cultural. Las personalidades intelectuales también se forjan.
Las virtudes del carácter son un componente medular para el bienestar de la persona y la sociedad. No solo son atributos de un buen abogado, médico, profesor o empresario.
Con ellas pondremos piedra final a los proyectos. ¡Ojalá a la corrupción! Seremos más útiles. Dejaremos los pretextos y cumpliremos nuestros deberes. Necesitamos menos cálculo, más criterio, determinación, audacia y eficacia. Más temple y menos mediocridad. Menos espíritu de exhibición y más espíritu de sacrificio.
Nada perfecciona tanto la personalidad como el fortalecimiento del carácter. Vale la pena poner empeño y lucha en este objetivo de cara a las grandes batallas que afronta la sociedad. Batallas que requieren altas cuotas de carácter para salir adelante. Si el tiempo imprime carácter, recordemos que los tiempos somos nosotros.
La autora es administradora de negocios.