“Yo sé lo que soy. Tal vez seré un polo, y me vanaglorio de eso; de representar a la gente de ese tipo, porque mi papá es de esa manera y mi mamá también, y no pretendo ser de otra manera. Se ve lo que soy”, aseguró Óscar Ramírez, el pasado 20 de diciembre, en declaraciones a Tigo Sports.
Óscar es un hombre común. Parafraseando a Debravo, es “simple, como la mesa cotidiana”. No tiene la grandilocuencia de los afamados entrenadores de fútbol europeo, ni la prepotencia de tantos otros por estos lares. Hijo de agricultores que, durante su paso por el fútbol como jugador y estratega, nunca abandonó su ligamen con la tierra. En su hoja de vida debería leerse: campesino. Renglón aparte: futbolista. Viendo la entrevista a la que hace referencia el epígrafe de esta nota, reflexionaba en la honestidad de su trabajo.
Albert Camus, premio Nobel de Literatura, dijo: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. En el caso de Ramírez es al revés: todo lo que aprendió en el campo, lo llevó al fútbol. Es el labriego que madruga para trabajar, planifica la jornada, toma firme la pala, el sacho, se concentra en cada golpe, observa, reflexiona, hace comparaciones, extrae lecciones, apunta. Espera con emoción el amanecer siguiente, para regresar y aplicar, sobre el verde, el fruto de sus meditaciones.
No es un académico del fútbol, por eso carece del lenguaje rimbombante de un Guardiola, el discurso envolvente de Ancelotti o el verbo incendiario de Mourinho. Es, con mucho orgullo, un autodidacta que, en su proceso de aprendizaje, hasta ha desarrollado su propio lenguaje, sobre lo cual ha hecho mofa.
Noblesse oblige
Ejerce el liderazgo propio de un estadista, como se cuenta de Ricardo Jiménez o de Cleto González en la política costarricense de inicios del siglo pasado. El líder que escucha y calla, que medita, analiza y de manera humilde pide consejo y solo entonces —sin gritos ni poses—, enseña.
Su rasgo de humildad queda latente cuando pregona que lo logrado se lo debe a sus asistentes, y a los anteriores directores técnicos, restándose mérito propio. Noblesse oblige dicen los franceses, para resaltar la nobleza de espíritu de una persona, en clara oposición al arrogante o narcisista.
Hombre silencioso, reflexivo, paciente con sus detractores, decente con sus oponentes, leal con su trabajo, maestro con sus jugadores. No busca fama ni dinero, solamente cumplir la palabra empeñada. Cree en el esfuerzo más allá del deber, dedicando largas horas del día y robando horas a la noche (y a su familia), para descifrar los enigmas del equipo contrario, o plantearse estrategias alternativas ante insospechados escenarios.
Aunque el fútbol es solo un deporte, encierra muchas semejanzas con las vicisitudes de la vida misma, por eso la acertada frase de Camus antes citada. En ese contexto, a Ramírez podríamos catalogarlo como un sabio del fútbol, designación que él jamás aceptaría, pues, como Sócrates, el gran filósofo griego, nos respondería: “Solo sé que no se nada”.
Óscar Ramírez ha dado muchísimo al fútbol nacional. Como jugador, asistente, visor de talentos y entrenador. Incluso, durante los años de su auto-retiro en su finca en Hojancha, Guanacaste, en algunas ocasiones emitió opinión en torno a la selección nacional, la realidad del fútbol y sus perspectivas. El fútbol como un todo, y Liga Deportiva Alajuelense, en particular, han ganado mucho con su regreso. Hace mérito a una de las más celebradas poesías de Pablo Neruda, de la cual comparto algunas estrofas:
“(…) Tengo una obligación terrible // y es saberlo, // saberlo todo, // día y noche saber. // (…) Yo borro los colores // y busco hasta encontrar // el tejido profundo, // así también encuentro // la unidad de los hombres // porque aunque no lo sepas, // eso yo sí lo sé: // yo sé hacia dónde vamos, // y es esta la palabra: // no sufras // porque ganaremos, // ganaremos nosotros, // los más sencillos, // ganaremos, // aunque tú no lo creas, // ganaremos”.
Víctor Chacón Rodríguez es economista y director del Instituto de Gobierno Corporativo.