El miércoles 23 de noviembre, la Selección Masculina de Fútbol jugará su primer partido, contra España, en Catar. La gran mayoría de los costarricenses animaremos a los jugadores desde lejos y los afortunados que pagaron el viaje lo harán en persona. Todo esto está muy bien.
Conviene recordar, sin embargo, algunas verdades con respecto al campeonato, sin ánimo de aguarle la fiesta a nadie, simplemente para no quedarse con una versión parcial.
Para empezar, fue difícil y problemática la selección de Catar como sede de los juegos, un país de escasa tradición futbolística, pese a las cuantiosas inversiones del Fondo Soberano de Inversión de Catar en el fútbol europeo, sobre todo británico y francés. Muchos afirman que fue gracias a los sobornos repartidos a diestra y siniestra que los cataríes consiguieron la sede.
Catar es un pequeño país de la península arábiga, donde viven unos tres millones de personas, de las cuales solo 300.000 tienen la ciudadanía catarí. Es una monarquía absoluta, constitucionalmente hereditaria; los derechos humanos están sumamente limitados, en particular los de trabajadores migrantes y mujeres; y las libertades individuales son restringidas.
Impera la ley religiosa islámica o sharía. Su cultura conservadora tampoco se presta para la efusividad que caracteriza actividades deportivas de esta índole. Se prohíben las expresiones públicas de afecto, se castiga la homosexualidad y se mantiene a las mujeres en situación legal de inferioridad. Además de las restricciones culturales, el clima no ayuda. En verano las temperaturas suelen superar los 45 grados, lo que explica el cambio de fecha.
En el 2010, Catar carecía de la infraestructura básica que una empresa como el Campeonato Mundial de Fútbol requiere. Para estar listo como sede de la Copa Mundial, el emirato debió hacer una inversión milmillonaria, financiada con las ganancias de la venta de petróleo y gas.
Construyó ocho nuevos estadios —solo el olímpico de Lusail, donde se celebrará la final, el 18 de diciembre, costó $700 millones—, un metro en la ciudad capital, Doha, y remodeló el aeropuerto. Nuevos hoteles y restaurantes fueron abiertos en los lugares más insólitos.
Dada su población exigua, Catar contrató a migrantes provenientes de la India, Pakistán, Nepal y Sri Lanka para llevar a cabo los trabajos de construcción y proveer los servicios y la seguridad que exigirán los cientos de miles visitantes.
Hasta el 2020, los trabajadores estaban sometidos a la kafala, un régimen laboral de esclavitud que prohíbe a los empleados cambiar de empresa o regresar a sus países de origen sin la autorización expresa del patrón. Hasta el 2018, las jornadas no estaban reguladas y en pleno verano podían extenderse por hasta 18 horas.
Según un reportaje del diario británico The Guardian, unos 6.500 trabajadores murieron de agotamiento. De acuerdo con Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos, pese a las nuevas regulaciones, las prácticas abusivas subsisten.
Son muchas las voces que denuncian los abusos laborales, protestan contra las restricciones a los periodistas para hacer su trabajo y denuncian la criminalización de la diversidad sexual. Hay quienes hacen llamados a boicotear los juegos. Otros aducen que el Campeonato Mundial no es un asunto político, sino deportivo, pero todos sabemos que el deporte y la política transitan de la mano desde hace muchos años.
Mi opinión es que disfrutemos los partidos y apoyemos con entusiasmo a nuestra Selección, pero con los ojos abiertos.
La autora es politóloga.
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