De acuerdo con análisis realizados y publicados por importantes medios de comunicación estadounidenses y europeos, como CNN; El País, de España, y La Repubblica, de Italia, la reciente perorata de Donald Trump ante el Congreso de Estados Unidos estuvo plagada de mentiras.
Mintió al asegurar que la ayuda concedida por Estados Unidos a Ucrania para su defensa de la invasión rusa ha sido de $350.000 millones y el aporte de los países europeos, apenas de $100.000 millones, cuando en realidad las contribuciones reales han sido de $120.000 millones y $138.000 millones, respectivamente, datos que le fueron aclarados tanto por el presidente francés, Emmanuel Macron, como por el primer ministro británico, Keir Starmer, y por el propio Volodimir Zelenski, presidente ucraniano, cuando se reunió con él.
También mintió cuando, al exponer supuestas razones para justificar su intención de recuperar el canal de Panamá, aseguró que en su construcción habían muerto 38.000 estadounidenses, cuando, de acuerdo con registros de la época e historiadores, se estima que fueron 5.600 personas, la mayoría ciudadanos afrocaribeños, y solo 350 norteamericanos.
Esos dos ejemplos, aunque hay más, ilustran con claridad la distorsión de la realidad a la que nos tienen acostumbrados los líderes populistas como Trump.
Ya en sus diatribas durante la campaña electoral fueron recurrentes los infundios y falacias, además de las groserías contra los adversarios políticos y las descalificaciones contra funcionarios representantes de la institucionalidad de ese país.
La desvergüenza y desfachatez con la que miente produce estupefacción, dada la evidente falsedad de lo que afirma.
Además, persisten en su discurso los calificativos irrespetuosos hacia su predecesor, Joe Biden, y el Partido Demócrata, como si aún continuara en campaña.
El populista al estilo Trump o Javier Milei es, generalmente, un mentiroso por naturaleza que consolida su mendacidad y acrecienta su procacidad cuando tiene un público fanático e incondicional que, pese a las evidencias, le cree y lo aplaude.
Su deseo de revancha y su rencor son rasgos de personalidad que anulan la capacidad de controlar sus impulsos y de cultivar la inteligencia emocional, tan necesaria en un gobernante.
Lamentablemente, el presidente Rodrigo Chaves es, por estas latitudes, otro representante de ese estilo.
Son muchas las faltas a la verdad propaladas por el mandatario a lo largo de estos casi tres años de administración y no se sonroja cuando estas son confrontadas con hechos irrefutables.
Muchas de estas afirmaciones las ha hecho en las comparecencias de los miércoles o en otros espacios públicos, y luego, investigaciones y reportajes periodísticos salen a desmentirlo.
Algunas veces promueve proyectos de ley a sabiendas de que no tienen viabilidad jurídica, y más tarde responsabiliza a otras instituciones, como la Asamblea Legislativa, el Poder Judicial y la Contraloría General de la República, de que no lo dejan trabajar.
Faltó a la verdad al negar reiteradamente la existencia de una estructura paralela para el financiamiento de su campaña electoral, la cual ha sido comprobada con abundante prueba en los informes que al respecto emitió la Asamblea Legislativa y el propio Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).
A la fiel cercanía con que sigue el libreto del populista, se añade su utilización de un vocabulario soez, permeado casi siempre de rencor e insultos. Chaves ha degradado el debate público y ha generado una inconveniente polarización en el país que, ojalá, los costarricenses tengamos la capacidad de revertir.
Luis París Chaverri es exembajador.
