Estamos viviendo abruptos cambios en nuestra forma de vivir la democracia. Los populismos se han instalado, precisamente valiéndose de los instrumentos que aquella le provee. Ante este panorama, contar con personas más conscientes de la verdad –por tanto, de lo que no lo es aunque aparente serlo (posverdad)– es tarea insoslayable e impostergable.
En este escenario, la participación de la mujer en las ciencias es fundamental para impulsar el progreso y la innovación con soluciones más integrales y equitativas para los desafíos globales, reafirmando su papel clave en la construcción de un futuro sostenible e inclusivo. No obstante, a pesar de los avances, persisten brechas de género que limitan su pleno desarrollo.
La ciencia y su pleno conocimiento son fundamentales para ejercer una mejor ciudadanía, para proteger la democracia y el Estado social de derecho, ergo, la institucionalidad democrática. Creo, sin dudarlo un segundo, que la participación de las mujeres en este ámbito ha enriquecido la calidad de la vivencia democrática, y lo hará más en el futuro en tanto la sociedad, como un todo, garantice pleno acceso a la ciencia a toda su población.
Hace algunos años escuché al matemático español Eduardo Sáenz de Cabezón, difusor de la ciencia, de una forma incuestionable, asegurar que las matemáticas nos hacen mejores personas, que nos acercan a vivir mejor la ciudadanía. Ello, por cuanto nos hacen menos fáciles de engañar y manipular.
La mañana en que escribí este artículo, escuché al biólogo argentino Diego Golombek asegurar, con una certeza incontrovertible, que, en la ciencia, la verdad no depende de quien la enuncie, sino de la evidencia que la respalda en el contexto más válido disponible en ese momento. Que la ciencia debe ser enseñada y practicada desde la educación básica, pues ofrece el poder de deshacer prejuicios, porque su propósito no es solo formar mejores científicos, sino también mejores seres humanos. Pensar de manera científica hace a una persona menos prejuiciosa y difícil de manipular: más consciente, más íntegra.
Resulta imperativo, entonces, que los ministerios de Educación, Cultura, y Ciencia y Tecnología trabajen en conjunto con las universidades para diseñar planes de estudio integrales, donde ciencias y artes se entrelacen en todos los niveles de formación. No se trata solo de enseñar contenidos, sino de formar ciudadanos con pensamiento crítico, capaces de cuestionar, analizar y generar soluciones a los desafíos de su tiempo.
Implicará ello hacer accesible un real conocimiento y vivencia de las ciencias básicas, junto con las humanidades, las artes y la cívica, como contenidos relacionados a ellas. Cientos de autores alrededor del mundo se suman a Sáenz de Cabezón y Golombek en estas afirmaciones. Nuestro Premio Magón del 2022, José María Gutiérrez Gutiérrez, nos puede dar cátedra al respecto.
Este no será un objetivo completado si no se cierra aún más la brecha de la participación de las mujeres en la ciencia, en todas sus formas y alcances.
El pasado 11 de febrero se celebró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. No sé si solo fue mi percepción, pero creo que pasó muy de lejos esta efeméride propuesta por la Unesco desde el 2015. Quizá los múltiples fuegos artificiales a los que nos somete el gobierno actual y su resonancia en la Asamblea Legislativa desviaron nuestra atención.
Hoy, que conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, debemos proponernos cerrar la ignominiosa brecha entre mujeres y hombres para el acceso a las ciencias, y que ellas tengan más participación en las carreras científicas. Según la Unesco, al 2021, solo el 35% de estudiantes de carreras STEM (Ciencias, Tecnología, Ingenierías y Matemáticas, por sus siglas en inglés) eran mujeres. En América Latina, según el Banco Interamericano de Desarrollo, las mujeres científicas son solo un 30% del total de los investigadores, a pesar del significativo impacto de la investigación en la economía. Aumentar su participación podría elevar el producto interno bruto (PIB) regional en hasta un 2% anual.
Los países que promueven la incorporación de la mujer en ciencia y tecnología ven un impacto directo en su PIB, en la innovación y en la solidez de sus sistemas educativos. Además, por su rol histórico como cuidadoras y formadoras de las nuevas generaciones desde el hogar, se posibilita que esos efectos sobre un ejercicio más adecuado de la ciudadanía, del respeto por la institucionalidad y su fortalecimiento, sean muchos y muy robustos.
Costa Rica no puede permitirse una formación ciudadana fragmentada, desdeñando el enorme aporte de las mujeres a la creación y la vivencia del conocimiento científico; pero, especialmente, en la construcción de una ciudadanía informada, capaz de discernir entre la opinión y la evidencia, entre la retórica vacía y el conocimiento fundamentado: más libre, crítica y apta para defender la vida en democracia plena.
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.
