Por décadas se le ha inculcado a la gente que la asociación de trabajadores en sindicatos es necesaria. Se aseguraba que era útil tanto para sus asociados como para el resto de la comunidad; que quienes combatían el sindicalismo lo hacían solo por el perverso egoísmo de los “explotadores” y que los huelguistas siempre tenían la razón.
Se les ha enseñado a los jóvenes que la membrecía en un sindicato es el acto social más importante. Los sindicalistas, por su parte, estimulan la creencia de que las organizaciones sindicales se tratan, simplemente, de una reivindicación del derecho de asociación y de la declaratoria de huelga.
El atractivo fundamental del sindicalismo para los trabajadores es su convencimiento en que este gremio tiene éxito en lograr salarios más altos a largo plazo para sus asociados. Pero la teoría económica, tanto marxista como socialista, categóricamente demuestra que esto no es verdad.
Es cierto que el estándar de vida de las masas ha ido mejorando sostenidamente en los últimos cien años. Pero se ha demostrado que se debe al progreso del capitalismo, a la acumulación progresiva del capital y al aumento en la productividad marginal del trabajo.
La ideología socialista ha tenido éxito en adulterar la naturaleza del sindicalismo. Encubre lo que es, lo que hace y lo que pretende. Una asociación de trabajadores en sindicatos solo es comprensible si esta se emplea como un arma de destrucción.
La solidaridad entre sus miembros se forja por una meta común: una guerra sin cuartel para destruir el orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción.
La idea fundamental del sindicalismo es la destrucción del orden capitalista y no su eventual reforma.
El 9 de setiembre de este año el presidente del sindicato del ICE, Fabio Chaves, al anunciar una huelga general para octubre próximo, amenazó a la prensa con tomar “represalias en las calles” si esta persiste en lo que calificó como una campaña de satanización contra los empleados públicos y sus convenciones colectivas.
Afirmó que los periodistas no tendrán derecho de reclamar posibles agresiones en las calles si persiste “la campaña infame” contra el sector público.
“Ustedes (la prensa) van a ser responsables igual que la derecha (sector empresarial) de lo que pueda suceder en este país (…). Si los medios siguen atizando la hoguera podría haber actos de violencia en su contra”, dijo Chaves, quien actúa dentro de los cánones de violencia del sindicalismo.
Violencia como medio. El recurso de la violencia se inició con la filosofía del sindicalismo. Fue la comprensión del verdadero significado del sindicalismo y su funcionamiento lo que inspiró en los franceses pertenecientes a este movimiento que la violencia es el medio que los partidos políticos deben usar para conquistar el poder.
La glorificación de la violencia que caracteriza la política de los soviéticos, del fascismo italiano y del nazismo alemán, y que hoy día amenaza seriamente a todos los gobiernos democráticos del mundo, tuvo su origen en las enseñanzas de los sindicalistas revolucionarios.
Carlos Marx le señaló el rumbo al sindicalismo mundial. En un discurso en 1865 ante el Consejo General de “la Internacional”, Marx afirmó todo lo que pudo a favor del sindicalismo, pero tuvo mucho cuidado de no aceptar que el papel del sindicalismo en la lucha contra el capitalismo consistía en mejorar la situación económica de los trabajadores.
Declaró tajantemente que la tarea fundamental del sindicalismo era la de liderar la lucha contra el capitalismo y no de mejorar los salarios de los sindicalistas.
Los instó a abandonar el eslogan de “un salario justo por un día de trabajo” de sus pancartas. “Deben sustituirla: ‘Por la abolición del sistema de salarios’”.
Criticó a los sindicalistas porque “en general, fallan en su meta al limitarse de llevar a cabo una simple guerra de guerrillas contra las consecuencias del sistema actual en vez de luchar por su transformación”.
“Deben emplear su poder organizativo como una palanca para la emancipación final de las clases trabajadoras”, dijo.
Les dejó claro que no veía en el sindicalismo un mero medio para mejorar las condiciones de los agremiados sino un instrumento para la destrucción del orden social capitalista. Esta es la meta que les fija Marx a los sindicalistas, incluidos, desde luego, a los del ICE.
Acto de coerción. La huelga general que planea el presidente del sindicato del ICE se apega a las guías de Marx. La meta es la destrucción del orden social capitalista y, para alcanzarle, su arma es la huelga, un acto de coerción, una forma de extorsión, una medida de violencia dirigida contra la democracia.
En resumen, una medida revolucionaria que va más allá. Es la esencia misma de una revolución lo que don Fabio le esta anunciando al país.
El elemento vital de su proyecto es la posible paralización de la vida económica de Costa Rica con el objetivo de falsear los cimientos de nuestra incauta democracia. Dados los conocidos alcances internacionales de la extrema izquierda, es seguro que el eje Habana-Caracas esté jugando un papel en los planes de los sindicatos que preparan su huelga para octubre.
En un país donde el sindicalismo es tan fuerte que logra montar un paro general, el poder supremo estará en manos de los líderes sindicales que lo utilizarán para la extorsión.
Habrá solo dos clases en Costa Rica: los líderes del sindicato y el resto de la población, que se convierte en sus siervos. Simplemente arrebatan el poder como ya lo ha hecho el sindicato del ICE anteriormente.
En agosto del 2003, la Junta Directiva del ICE fijó las metas financieras de la institución para los años 2003 y 2004.
El coordinador del Frente Interno de Trabajadores que agrupa a los sindicatos del ICE, don Jorge Arguedas, le envió una nota al presidente Abel Pacheco en la cual le hacía saber que el acuerdo sobre las metas financieras (del ICE) no tenía “el respaldo de los grupos sindicales” y amenazó con una huelga. Por medio de una “negociación” no se hizo valer la decisión de la directiva.
Colapso. Si algo está claro es que el día que se lleve a cabo una meticulosa discusión del derecho de los trabajadores de ir a una huelga en una de las industrias vitales de un país, como lo es el ICE para Costa Rica, toda la teoría a favor del sindicalismo y de las huelgas se colapsará como sucedió en Gran Bretaña en los años 80.
Los mineros de carbón entraron en el histórico paro que desató una huelga general entre 1984 y 1985. Era una industria vital para Gran Bretaña. Margaret Thatcher no mostró ninguna condescendencia para los líderes sindicales que llamaba “castas privilegiadas de sacerdotes estatales”.
Recurrió a las leyes y fue implacable en este campo. Libró contra ellos una batalla antropológica que trascendía, con mucho, el eterno pulso entre el trabajo y el capital.
Para finales de los 80, había logrado sacar del derecho británico a figuras históricas del movimiento huelguista.
Entre una y otra ola de reformas legales, la líder conservadora había doblegado, a base de paciencia y porrazos, la huelga de mineros y así consiguió limitar para siempre la capacidad de extorsión de las centrales de trabajadores en Gran Bretaña.
El 3 de marzo de 1985 los mineros volvían a sus puestos. Derrotados, por y para la historia.
Las reformas liberalizadoras de Thatcher abrieron el Reino Unido a la inversión y a los negocios y el Estado esclerótico que heredó del socialismo dio paso a una potencia pujante.
Como resultado de un enfrentamiento entre los sindicalistas y el resto de la sociedad, siempre es posible que esta tenga que pagar un alto precio. Pero si se preserva el sindicalismo en sus líneas actuales, la democracia costarricense está en camino de destruirse a sí misma.
Jaime Gutiérrez Góngora es médico, especialista en urología.