
Leer la novela de Fabián Dobles Ese que llaman pueblo me hizo reflexionar, como padre y pediatra, sobre un sentimiento de culpa que cargo desde hace varios años: no darles un pueblo a mis hijos.
Crecer y desarrollarse en un pueblo es una necesidad vital para el desarrollo integral.
Tuve la gracia de nacer a comienzos de la década de los cincuenta en un pueblo que brindaba el abrigo integral que todo niño debe tener: tradiciones, solidaridad comunitaria, protección familiar y vecinal, líderes entregados a sus deberes, educación preescolar y escolar públicas de alta calidad, un parque sano para relacionarse y escuchar a la filarmónica local, ser perseguido por los payasos, participar en las fiestas patronales, ser atendido físicamente en nuestro sistema de salud público sin importar apellidos o ingresos, integrarse en las procesiones de Semana Santa, sentir las primeras taquicardias de nuestros amores iniciales, disfrutar de los rosarios del niño, conocer no solo a los vecinos inmediatos, sino a todos los del pueblo, acompañar a los difuntos al cementerio sin importar su nombre, jugar en las calles, nadar en los ríos con los amigos, reír y llorar cuando otros reían y lloraban, tan solo como una forma de solidaridad sincera.
Todo esto y más define lo que sucede en un pueblo, y todo eso cobija y promueve tanto el desarrollo físico como espiritual.
Sin un pueblo, el desarrollo es incompleto, pues no existen raíces históricas. Los habitantes de un pueblo no son anónimos; se conocen y comparten sus raíces históricas y sus árboles genealógicos. Nadie engaña a nadie porque todos saben de dónde vienen, quiénes fueron y qué hicieron sus antepasados.
Un pueblo es como la placenta histórica, donde sus integrantes comparten no solo un origen biológico, sino también una historia que los ligará para siempre.
Las características de un pueblo son un condimento indispensable para el crecimiento de los seres humanos. Sin un pueblo con el que identificarnos, estaremos incompletos; nuestra identidad se trunca.
No solo nos necesita el pueblo, sino que nosotros necesitamos de un pueblo que sea no solo parte de nuestro ADN biológico, sino también social y espiritual.
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Freddy Ulate Mora es médico pediatra.