Al aparecer en la logia central de la basílica de San Pedro, el papa León XIV no solo se presenta al mundo como el nuevo líder de la Iglesia católica: comienza de inmediato una misión que no admite pausas ni tiempos de adaptación. No habrá periodo de transición. Desde que aceptó la elección en la Capilla Sixtina, cada gesto y cada palabra suya se convierten en señal del rumbo que tomará el papado en un momento crítico para la humanidad.
Su primera misión, según la tradición católica, es confirmar en la fe a los más de mil millones de fieles repartidos por el planeta, una tarea que remonta sus raíces a las palabras que, según el Evangelio de Lucas, Jesús dirigió a Pedro: “Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”. En la práctica, eso significa ofrecer seguridad y guía a una comunidad global que afronta desafíos internos, la pérdida de relevancia en algunas regiones, los debates sobre la doctrina, y la búsqueda de respuestas ante una sociedad cada vez más secularizada y fragmentada.
Pero la mirada sobre el nuevo pontífice trasciende las fronteras de la Iglesia. El contexto internacional que encuentra León XIV al asumir es el de un mundo convulso, guerras abiertas en varios continentes, tensiones diplomáticas entre grandes potencias, crisis migratorias y galopante un deterioro ambiental. Las relaciones entre naciones se endurecen, el lenguaje político se torna más agresivo y las soluciones multilaterales parecen estancadas. En este escenario, el Papa está llamado a ser no solo el líder espiritual de los católicos, sino el constructor de puentes en un mundo dividido, a tender la mano allí donde reinan el conflicto y la desconfianza.
La historia reciente muestra cómo sus predecesores marcaron sus pontificados desde los primeros días: Juan Pablo II habló al mundo con su icónico “No tengáis miedo”, en plena Guerra Fría; Benedicto XVI propuso un diálogo entre fe y razón frente a un mundo que avanzaba hacia el relativismo; Francisco puso en el centro a los pobres y a los migrantes, con su llamada a una “Iglesia en salida”. Ahora, con el papa León XIV, cada detalle, desde su primera bendición hasta su elección de prioridades, será interpretado como indicio de la orientación que dará a la Iglesia y al rol que quiere asumir en la arena internacional.
No será fácil. Desde ya, el nuevo obispo de Roma carga con la expectativa de millones de fieles y también de observadores que esperan saber si su papado traerá continuidad o cambio, apertura o consolidación. La sociedad global, incluso aquella que no profesa la fe católica, sigue atenta, porque sabe que la voz del Papa continúa teniendo peso en debates cruciales sobre derechos humanos, justicia social y construcción de paz.
León XIV inicia su misión en un tiempo que reclama liderazgo moral claro y creíble, sin espacio para titubeos: su ministerio comenzó desde el instante en que aceptó ser el sucesor de Pedro. Y en un mundo que busca señales de esperanza, sus primeros gestos serán determinantes.
German Salas Mayorga es periodista.

