Los hechos más que las palabras, van decantando quién es quién entre los Gobiernos de Latinoamérica. Ellos evidencian lo que cada uno busca y promueve. Recientemente, ante los difíciles sucesos de Honduras, Costa Rica y su administración han vindicado lo que es parte del sentir nacional: se busca y se sostiene la paz.
Al mismo tiempo en cambio, el Gobierno colombiano y la compañía sueca Saab Bofors Dynamics, acaban de elevar su voz oficial de protesta, pidiendo necesarias aclaraciones sobre cómo es que lanzacohetes de altísima potencia, vendidos a Venezuela en 1988 y bajo exclusiva responsabilidad del Gobierno de ese país, fueron a parar a manos del grupo terrorista colombiano FARC.
Impensables consecuencias. El tema es espeluznante, dadas sus impensables consecuencias ya que las así llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, grupo terrorista y asesino sin ambages, tiene nexos comprobados con el narcotráfico internacional y con grupos extremistas mundiales.
Esto no es opinión, es historia contemporánea. Además, tal hallazgo es la punta de un siniestro iceberg, que demuestra no solamente la simpatía de una administración oficial por un grupo irregular y al margen del Estado, sino la activa contribución que ejecutan miembros de su alta jerarquía para dotarlos de armas que, de otra forma, no podrían conseguir. Se está desestabilizando la democracia de otros países, activa y deliberadamente. Nada menos.
No hay margen de error: los poderosísimos lanzamisiles AT4, que fueron confiscados a las FARC recientemente, fueron rápidamente reconocidos por la empresa sueca, fabricante que posee lo que se conoce en el mundo de la seguridad como contratos con end user ; es decir, estipulaciones que dirimen claramente la responsabilidad del usuario final.
Es fácil pues, establecer a quién fueron vendidas las armas, en qué momento y demás detalles. A partir de allí, es compromiso de quien las adquiera el destino del artefacto. En este caso específicamente, se trata de algo que va mucho más allá de la posible sustracción de pistolas o fusiles de asalto por particulares. Este tipo de armamento no se puede sacar en el asiento de un carro.
Antecedentes inequívocos. Pero están, además, los antecedentes concretos que van refinando la percepción sobre hechos que parecen aislados. La actual administración venezolana no ha disimulado sus simpatías activas con las FARC en varios sentidos: desde pedir internacionalmente que se les diese “estatus de beligerancia”, hasta considerarlos luchadores de una causa justa.
En Colombia, el Gobierno fue elegido por el pueblo, no impuesto. No olvidemos que el Presidente venezolano y jerarcas de su administración han llamado “camaradas” a estos terroristas, y que cuando el Ejército colombiano atacó el campamento de uno de los connotados jefes de la FARC, se pidió un minuto de silencio ante su deceso en combate. Esos son los términos.
Todavía hay más. De dotación regularmente estadounidense en sus fusiles, el Ejército venezolano ha pasado a ser apertrechado con los reconocidos Kalashnikovs rusos, armas de amplia difusión entre muchos movimientos irregulares, entre ellos las FARC. La deducción es simple: si pasa un elefante, seguramente también podrá pasar un ratón.
Por eso, ahora que empiezan a demostrarse los vínculos de varios Gobiernos de pseudoizquierda con las FARC, con videos que hasta a la Organización de Estados Americanos (OEA) han llegado y con material de la computadora incautada a Raúl Reyes, deben volver a pensar sus objetivos los promotores del Alba.
Ese socialismo del siglo XXI tiene patas cortas. Tratar de exportar conflictos a otras regiones no tendrá eco, porque en América la única batalla que se da con fuerza, se da sin armas. Es la lucha por la consolidación de la democracia, que ha traído paz y progreso.
Como respuesta, el régimen venezolano “congela” relaciones con Colombia y entre insultos amenaza expropiar empresas de ese país. Al mismo tiempo, sigilosamente, pasa leyes que asfixian la libertad interna. Quiere instaurar los “delitos de expresión”. Pero los hechos desde su silencio, hablan a gritos.