
Las voces capaces de pintar imágenes siempre me han obsesionado. Es como un placer incontenible que me pone chispas en los ojos: escuchar y producir palabras que sean capaces de recrear mundos tangibles.
Eso viene de chiquillo. Allá por los años ochenta, uno de mis juegos preferidos era agarrar la grabadora de la casa, ponerle un casete y, junto con los primos, grabar múltiples versiones del mismo texto: Ocho días en San José, de un libro titulado Dramatizaciones Infantiles.
Nos reíamos a carcajadas imitando las voces de los personajes, inventando anuncios de productos imaginarios y reproduciéndolos después, en una sesión que volvía a provocarnos risas, al escuchar el radioteatro que habíamos grabado.
Un día de estos, me encontré un casete que tenía no la mejor versión, pero sí la única que se conserva de aquellos juegos infantiles. De inmediato, volví con mi mente a ellos y recordé que aquel torrente de placer nos era censurado por nuestros padres únicamente un día al año: el Viernes Santo. Según nos decían, ese día no podía haber tanta risa en la casa, porque había muerto Nuestro Señor. ¡Y vaya que ese juego nos hacía reír! En el fondo, yo estaba seguro de que a Jesús le gustaba más vernos reír que guardar silencio forzoso por un aniversario más de su muerte. Pero dos días después, ya con la Resurrección, volvíamos a sacar la grabadora y a darle rienda suelta a la imaginación y a la risa.
De todos mis primos y hermanas, solo yo seguí jugando el mismo juego, cambiando temas y tecnologías, pero persiguiendo el mismo placer, la misma risa y la misma chispa en los ojos. Cuando estudié Ciencias de la Comunicación Colectiva, volví a sentir ese subidón de adrenalina el día que llegué a mi primera clase de radio, con el profesor Henry Bourgeois.
Fue él quien nos hizo producir historias solo con sonidos y música, sin texto, y travesear solos, por primera vez, los equipos del estudio de radio de la Escuela de Ciencias de Comunicación, en la UCR. Todavía siento el olor de la cabina, la emoción de poner la cinta abierta en la máquina Otari y de editar con lápiz de cera y “cuter”. Todo a mano, sin tecnología digital. Era un placer para el oído, el olfato y el tacto.
Años después, ya graduado como periodista, entré a trabajar en prensa escrita, y dejé de lado el mundo de las ondas sonoras. Pero no por mucho tiempo. Las pasiones siempre se abren paso en la vida, de una u otra forma. Con un grupo de amigos, todos veinteañeros y hasta bien entrados los treinta, nos reuníamos en el estudio de Charly Hidalgo, en Alajuela, para hacer una travesura: humor político con imitaciones, al estilo Pelando el Ojo, pero con una narrativa: parodiar series y películas según el contexto nacional. Era un juego de grandes, lo grabábamos en CD y lo distribuíamos a amigos, como un producto clandestino. Le llamábamos Azufre Entertainment, y a mí me hacía reír igual que Ocho días en San José.
Un día, gracias a los periodistas Gilda González y Henry Rodríguez, me salió la propuesta de hacer humor político en la desaparecida emisora ADN. Ahí nació Don Tilinte, un viejillo de más de 100 años que cantaba las noticias y comparaba lo que sucedía en el presente con lo que había sucedido en la historia nacional. Todo con humor. El personaje hizo que Henry y yo entabláramos una bonita amistad y me siguiera invitando a hacer proyectos, tanto en Vida FM, su emisora por Internet, como cuando dirigió Noticias Columbia. Ahí, por iniciativa de Henry, hicimos una travesura que me abrió nuevas puertas: narrar la batalla de Rivas como si fuera un partido de fútbol. Aquella idea levantó roncha, pero también generó empatía con los oyentes. Cuando Henry salió de Columbia, y gracias a la experiencia del 11 de abril, Evelyn Fachler y Daniela Alfaro, de esa misma emisora, le apostaron a un proyecto similar, pero de mayor duración: hacer una radionovela histórica para conmemorar el bicentenario de la Independencia. El proyecto pegó y ya llevamos tres radionovelas, todas subidas en YouTube: Libertad al Amanecer, Pólvora en abril y La Voluntad de la Pampa. Mañana, lunes 17 de noviembre, iniciamos otra: Inesita y el Presidente, la historia del ascenso al poder de Juan Rafael Mora Porras. Se trata de 20 capítulos, de 10 minutos cada uno, emitidos durante la emisión del noticiero. Perdón por el comercial.
Lo que quería decir con este artículo es que yo he aprendido una cosa: hay que hacerle caso al cuerpo cuando desde chiquillos nos manda señales de por dónde van nuestros sueños.
A veces, hay algo que nos gusta tanto hacer que perdemos la noción del tiempo y hasta se nos olvida comer. Por ahí, no importa la edad, hay que retomar la senda que nos pinta sonrisas, nos ilumina los ojos y nos permite reír a carcajadas, hasta en medio de un Viernes Santo.
rgonzalez@utn.ac.cr
Rodolfo González Ulloa es periodista, investigador histórico, docente y cuentacuentos.
