
Hace unas semanas, mirando un partido Sub-21, al disputar el balón, un jugador de Alajuelense golpeó a otro de Saprissa. El árbitro marcó la falta, ante lo cual el primero juraba que no lo había tocado. Lo usual. Lo que cautivó mi atención fue escuchar al entrenador gritar a su jugador: ”Sí. Lo golpeaste; no te hagás. Andá a disculparte”. Obedientemente, lo hizo, y el partido continuó su trámite normal.
Esto me recordó, por oposición, otra anécdota escuchada hace mucho a mi amigo Fabián Azofeifa, quien antes de abogado fue futbolista, donde jugó brevemente en primera división.
Durante un entrenamiento, al marcar al oponente, su entrenador le gritaba: “Patéalo, miéntale la madre, pellízcalo, escúpelo…”.
–Profe, ¿de verdad tengo que hacer todo eso?–, le replicó el muchacho.
–Claro. Insúltalo, que se salga de sus casillas y, si reacciona, te tiras al suelo. Esto es fútbol–, le contestó.
En el entorno futbolístico, hemos sido testigos de muestras reiteradas de violencia escrita, verbal y hasta física. Las pasiones suelen desbordarse a niveles inaceptables.
El aficionado ideal es aquel que disfruta el fútbol y que, independientemente del sentimiento que le genera su equipo, mantiene el control emocional y una conducta respetuosa hacia el contrario. Ha interiorizado que, por encima de banderas, hay principios éticos y valores superiores de convivencia social.
Por eso indigna la violencia dentro y fuera de estadios, y en redes sociales. En estas, el anonimato escuda a quienes exhiben las zonas más ocultas de sus conflictos interiores. El agravante es que, gracias a los algoritmos de las plataformas, estas personas topan con sus iguales, se refuerzan, y se produce una falsa creencia de normalidad que multiplica las conductas.
Romper ese círculo es difícil, se batalla contra un enemigo invisible. Desde la base de la pirámide, los aficionados a quienes esto desvela, debemos insistir en contrarrestar y denunciar estas manifestaciones en redes sociales, y en los espacios cotidianos donde nos sea propicio.
Pero ¡cuánto daño provoca cuando los referentes de los altos estrados de la pirámide, llamados a marcar el rumbo, son quienes sucumben al comportamiento agresivo!
En un artículo que publiqué en julio de 2021, en el Diario Extra (“La impronta en el fútbol), señalaba: “En 1935, Konrad Lorenz definió la ‘Impronta’, como un proceso de aprendizaje rápido que ocurre durante periodos críticos de la vida. Pero la impronta sigue moldeando el carácter en otros momentos cruciales. Hay personas que pueden transmitir a otras su propia impronta, de suerte que el receptor la adapta y reproduce, a veces para el resto de su vida… El entrenador, más allá de su conocimiento técnico, imprime su personalidad al grupo… La impronta puede ser positiva o negativa”.
De poco sirve la publicidad institucional en medios de comunicación, redes sociales o vallas, o la lectura de mensajes de paz al inicio de los partidos, si los referentes arrastran a la violencia con sus acciones y palabras. Para los aficionados, son referentes los propios jugadores y entrenadores, los presidentes y directores de junta directiva de equipos y organizaciones rectoras, y los voceros de estas. También los periodistas deportivos.
Quizás hemos atacado el tema al revés, y por eso es insuficiente lo logrado. El diagnóstico, la concientización, la capacitación, la autocontención y hasta la reprimenda, deberían empezar arriba. Entonces, el modelo irá escalando hacia abajo, como por ley de gravedad.
La primera anécdota al inicio de esta reflexión sugiere que sí es posible; que pequeños cambios cotidianos pueden ser el inicio de importantes transformaciones. Como decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo”. La segunda anécdota refleja la antípoda, las viejas formas que nos urge extirpar del fútbol.
Víctor Chacón Rodríguez es economista.