
Costa Rica proyecta el año con cifras alarmantes: más de 900 homicidios. Las listas de espera crecen en la CCSS; el año pasado cerramos con 185.000 cirugías pendientes. El turismo –motor vital de la economía– cayó en los primeros meses del año. En total, registró 928.735 llegadas internacionales de turistas en el primer trimestre del 2025, lo que representa una caída de 4% en comparación con el mismo periodo del 2024.
La inseguridad aleja a inversionistas y visitantes. La educación pública retrocede y nos coloca por debajo del promedio latinoamericano. El desempleo juvenil (personas de 15 a 24 años) fue de un 23,3% en el segundo trimestre de 2024, uno de los porcentajes más altos en América Latina, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La evasión fiscal no cede. Y la corrupción, lejos de erradicarse, ha mutado en encubrimiento descarado desde las esferas del poder.
Ante esta realidad, cabría esperar un gobierno ocupado en generar soluciones. Pero no. La atención del Ejecutivo parece estar concentrada en sostener un espectáculo populista semanal, inventar enemigos imaginarios y avanzar una agenda de poder milimétrica y estratégicamente dirigido por una mujer: Pilar Cisneros.
Porque, aunque Rodrigo Chaves ocupe la silla presidencial, es ella quien mueve los hilos. Con una mezcla de astucia mediática, cálculo político y rencor acumulado, ha logrado instalarse como la verdadera fuerza detrás del trono. Lo que empezó como una alianza electoral se ha convertido en una transferencia total del liderazgo: Chaves vocifera; Cisneros decide.
No es exagerado decir que el presidente es hoy poco más que un vocero voluntarioso de las venganzas y estrategias de su mentora.
Y mientras el país se hunde en inseguridad, desempleo, informalidad, deterioro educativo y desconfianza institucional, Cisneros invierte su tiempo en afinar las posibles listas de candidatos a diputados para obtener las tan ansiadas 40 o 38 curules de “patriotas”. Necesitarán tres, cuatro o cinco partidos, eso no importa, como tampoco importa para ellos un proyecto político o un diálogo ciudadano, mucho menos aprovechar el periodo extraordinario de la Asamblea Legislativa para impulsar proyectos fructíferos para el país. No.
Ellos hablan de reformas, en términos generales, sin detalles; reformas que nadie ha debatido seriamente, pero que son las que “necesita el país”, y que parecen responder exclusivamente a los intereses de unos cuantos que hábilmente se esconden detrás del trono y utilizan vilmente al votante emocional que mira con resentimiento y odio a aquellos que consideran culpables de sus desgracias.
Rodrigo Chaves, por su parte, parece convencido de que gritar más fuerte equivale a gobernar. Que insultar a todo aquel que le exija cuentas lo hace valiente. Que montar un espectáculo cada miércoles, rodeado de aduladores, es suficiente para ocultar su mediocridad como gestor público. Pero los resultados son inocultables: ni “comerse la bronca”, ni “arreglar la casa”, ni “barrer con la corrupción” se han traducido en cambios tangibles. Lo único que ha logrado –y con efectividad alarmante– es dividir al país, sembrar odio, erosionar la credibilidad institucional y blindarse en una burbuja de lealtades “incondicionales”.
Y entre todos esos leales, hay una figura que sobresale. Una mujer que alguna vez fue respetada por su rigor periodístico. Que denunciaba los abusos del poder con firmeza. Hoy, esa misma mujer se ha convertido exactamente en lo que tanto criticó. En vez de investigar al poder, lo ejerce sin control. En vez de denunciar el abuso, lo promueve. En vez de defender la democracia, la reduce a un binarismo infantil: “nosotros o ellos”. ¿Quiénes son “ellos”? Cualquiera: periodistas, jueces, diputados, sindicatos, universidades, organismos internacionales. Lo importante es mantener vivo el conflicto, inventar culpables y distraer del vacío de gestión, aun a costa de la mentira.
Lo más indignante es que esta estrategia no se ejecuta desde las sombras, sino a plena luz del día, con una pasividad alarmante por parte de quienes deberían fiscalizar el poder. ¿Cómo es posible que partidos como Pueblo Soberano estén esperando dócilmente el banderazo de salida de la jefa de fracción del oficialismo para ver a quién les asignan como candidato y cuál será la estrategia? ¿En qué momento aceptamos con normalidad que se estén construyendo listas de diputados a dedo, no en uno, sino en tres, cuatro o hasta cinco partidos políticos distintos?
¿Dónde está la indignación de los medios de comunicación que alguna vez se presentaron como guardianes de la democracia? ¿Dónde está la oposición que se dice defensora de la institucionalidad?
Las estructuras partidarias que deberían representar opciones ideológicas se han podrido desde adentro. Se descomponen en silencio, sin principios, sin ideas. Solo se dedican a reciclar rostros y colores para seguir viviendo de la mentira. Cambian las formas, pero no el fondo. Simulan diferencias donde hay acuerdos tácitos de conveniencia. Critican la concentración de poder y la manipulación populista, mientras se alinean con quien reparte puestos, prebendas y futuros escaños.
Estamos frente a un simulacro de democracia. A una reconfiguración autoritaria orquestada desde una curul de la Asamblea Legislativa, disfrazada de reforma, pero cargada de ambición personal.
¿No es acaso una contradicción que una periodista que construyó su prestigio exigiendo transparencia ahora encubra a un gobierno marcado por la opacidad?
¿Dónde están los avances reales en la lucha contra la corrupción? ¿Dónde están los resultados en salud, educación, infraestructura o seguridad? ¿Cuál bronca se han comido? ¿Cuál sistema han transformado?
¿Y no será que, simplemente, no pueden gobernar porque nunca tuvieron ni la preparación, ni el carácter, ni el compromiso con el país para hacerlo?
¿No será que, desde el principio, el plan fue otro?
Pilar Cisneros sabía que su experiencia mediática, su dominio de la narrativa y su instinto para el oportunismo eran poderosos. Pero también sabía que necesitaba un vehículo. Eligió al candidato perfecto: un desconocido, sin estructura partidaria, sin vínculos políticos reales, sin trayectoria pública, sin base ideológica. Un hombre fácilmente manipulable, que seguiría sus indicaciones con docilidad, y sería recompensado con la silla presidencial.
Y así fue. La alianza funcionó. Ella lo proyectó como un outsider honesto; él le cedió el timón a cambio de exposición. Pero hoy, la ficción se ha desmoronado: Chaves ejecuta, Cisneros ordena. Y el país entero paga las consecuencias.
La pregunta, entonces, no es solo si este gobierno ha fallado. La pregunta no es solo si nos mintieron. La pregunta es más profunda, más urgente, más incómoda: ¿está usted dispuesto a firmar un cheque en blanco para que estos incompetentes sigan gobernando Costa Rica o continuará siendo parte del silencio cómplice que acabará por sepultar nuestra democracia?
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Fanny Ramírez Esquivel es consultora internacional en comunicación política y social.