
Lo que voy a narrar, ahora como anécdota es una realidad muy concreta que hemos afrontado muchos amantes del flamenco en Costa Rica.
Hace ya más de treinta años que navegamos por ahí, antes no tan de moda, mucho más oculto e inasequible que hoy en día.
A duras penas, siendo jóvenes y entusiastas, lográbamos enterarnos tomando, mejor dicho, “pescando” información por aquí y por allá, rogando nos enseñaran algo a las bailaoras de compañías que pasaban velozmente por nuestros escenarios, dejando apenas una estela de fuego en el recuerdo. Una loca competencia por aprender, casi siempre sin mayor caso que el de nuestros propios esfuerzos.
Peña flamenca. Surgió, gracias a la terquedad de los adultos, hace quince años una Peña Flamenca en San José. Un tico, Orlando García, y un sevillano, Fernando Mejías, decidieron unir su guitarra y su cante, para formarla, con énfasis en el cante. Poco a poco las bailaoras pidieron su espacio. Finalmente el baile tomó auge, y hubo renuencia por parte del cante.
Sin lograr llegar a un acuerdo, el cante continuó su rumbo y el baile quedó huérfano. ¿Qué hacer? Gracias a la terquedad de los adultos, la directora general del Teatro Nacional de Costa Rica, doña Graciela Moreno Ulloa, asumió el apoyo total al flamenco y nació así lo que podríamos llamar un proyecto artístico con estilo propio.
No habiendo recursos económicos más que la disponibilidad del bello escenario de nuestro magno teatro, demasiado grande quizás para el flamenco, nos abocamos a idear alguna forma posible de “crear” un público aficionado. La dramaturga y actriz María Bonilla presentó una alternativa: flamenco sin cante.
Pero ¿y las letras, riñón efectivísimo de las puestas en escena? Bueno, “sustituir” la letra con la implantación de la flauta, darle fuego a las “escobillas” fortalecidas con solos de percusión, etc. Sin embargo, la palabra clamaba por brotar... Otra sugerencia: el flamenco-teatro, o el teatro-flamenco. Aquí surgió lo que podría bien llamarse “flamenco costarricense”: textos de poetas nuestros, intercalados sutilmente entre los bailes o cada cierto número de compases, o entre palo y palo.
Floreciente afición. De esta forma, durante ocho años el Teatro Nacional y Flamencos de Costa Rica lograron fomentar una afición que rápidamente floreció en abundancia de clases, maestros sevillanos y madrileños que fueron ofreciendo su colaboración.
Se experimentó con artistas locales, luego los andaluces visitantes acompañaron a nuestras nacientes bailaoras. Dos festivales internacionales de flamenco realizó el Teatro Nacional bajo el auspicio de su Directora.
Doña Graciela Moreno falleció a los 75 años de edad, dejando 25 años de herencia cultural a la cabeza del Teatro Nacional. Se dijo de ella que fue la mujer quizás más importante de su generación, y quien dejó una marcada influencia en la promoción de las artes en todos los niveles, una ‘ministra sin cartera’ como se la llamó. En nuestro caso, su apoyo nos condujo hasta la realización de los dos festivales ya mencionados cuyo logro fue el de promocionar el interés de los participantes, apuntando hacia la conti- nuidad: lo bueno no se logra en un solo día.
De no contar con este tipo de apoyo, muchos proyectos se pierden simplemente porque nadie nos da una mano. Contar con el propio esfuerzo y la seguridad de que, cuando se hacen las cosas bien, tarde o temprano se sabrá y alguien recurrirá a nosotros. El inicio, tan costoso a veces, debe realizarse con pie firme.
Los bombos y platillos destruyen lo auténtico y lo opacan desde el principio. No es seguridad, sino humildad lo que se necesita para iniciar una campaña flamenca que haga surco.
Pensemos siempre en qué es lo que queremos y, si no somos auténticos, a quién deseamos impresionar. Siempre a nuestro lado habrá alguien que sabe más y tapar los huecos con el engaño lleva solamente a engañarnos nosotros mismos. La experiencia personal del flamenco costarricense sirva de ejemplo para quien crea que es fácil esconderse detrás de un escudo de vanidades.
Lograr un estilo o defenderse con los dientes de las circunstancias toma tiempo y valentía: Costa Rica heredó la fuerza que le impulsara Graciela Moreno y actualmente apunta hacia la mejora de su flamenco mediante el estudio y la preparación académica de la gente que tomó conciencia de este estado de cosas.
Todavía estamos esperando que se le rinda justo reconocimiento público a Graciela Moreno Ulloa, quien durante casi 30 años rigió el destino cultural del Teatro Nacional, y se coloque en lugar visible el retrato que de su persona donara el pintor granadino David González “Zaafra”. Es acto de grandeza y generosa elocuencia aceptar la obra de los demás y rendirnos honestamente ante sus realizaciones.