
En el país más feliz del mundo, tenemos al presidente que nos merecemos y rajamos con una Sele que juega como nunca y pierde como siempre. Esa mezcla de orgullo y resignación ya es parte del ADN nacional.
En ambos casos, el del presi y de la Sele, pareciera que existe una desconexión profunda entre lo que creemos y la realidad. Nos pasa igualito que con este nuevo decir: “Lo que pedís… y lo que te llega por Wish”. Pedimos excelencia, pero estamos acostumbrados a recibir algo muy distinto y, aun así, hacemos como si no pasara nada.
El “portamí” es algo de lo que nadie habla, pero que nutre nuestra idiosincrasia al mismo nivel de Carmen Lyra y su frase ”a los tontos ni Dios los quiere“.
Somos un pueblo de “vivazos” e igualados que sigue permitiendo que el compita nos venda cosas sin factura, comprando películas “pirateadas”, saltándonos las filas y las presas y que desde el juernes nos montamos en el finde, porque "somos potencia mundial, papá".
Que no se me malinterprete: no estoy criticando lo que somos ni renegando de nuestra identidad.
Lo que hago es advertir de que, para tener cosas buenas (mejores futbolistas, mejores gobernantes), nos falta recuperar valores que, usando el ejemplo de la Sele, requerirían arrancar de tajo la cultura de los “princesos”, aquella que desde inicios del siglo XXI consume a nuestras juventudes y arrasa con cualquier propuesta o ilusión por construir una mejor patria, un mejor país con oportunidades y, claro, un mejor equipo seleccionado de futbolistas de talla mundial. Y usando el ejemplo del presi, arrancar de tajo todos aquellos perfiles desconectados de la realidad nacional, que han vivido ajenos a las dificultades del ciudadano común y especialmente insensibles a las urgentes reformas que tanto nos urgen como país.
Porque, como ya lo vivimos, con la Sele y con el presi, cuidado con los jugadores de talla mundial: no porque sea un legionario juega mejor que los demás.
Conclusión: no nos dejemos apantallar. Veamos el Mundial tranquilos, como antes, humildemente. Diay, apoyando a otros países, disfrutando lo que haya. Y cuando valoremos a los 20 candidatos presidenciales, tengamos cuidado y criterio. Nada de sucumbir a los discursos elocuentes, o a las poses, o a los gritos.
Seamos un pueblo cauto, sereno y responsable. Apoyemos al que verdaderamente esté más preparado y lo demuestre con hechos. Con logros comprobados. No con “habladas” ni meras promesas de campaña.
Si somos cautos, tal vez tengamos la fortuna de recibir algo más parecido a lo que pedimos. Porque, en el país más feliz del mundo, los ciudadanos deben pensar con cabeza fría para poder escoger con criterio.
paolo@segurosticos.com
Paolo Araya es máster en Gestión de Riesgos.