‘La reconciliación es más bella que la victoria’: el legado de doña Violeta
La muerte de Violeta Barrios de Chamorro no solo interpela al alma nicaragüense, sino también a la conciencia costarricense. Murió en un país que se precia de su democracia, pero que atraviesa días de confusión y discursos de odio en plazas y redes
Partió la mujer que le heredó la paz y la reconciliación a Nicaragua. Nos deja doña Violeta, la dama de los brazos abiertos, la madre del reencuentro nacional, la primera mujer en llegar democráticamente a la presidencia en Nicaragua y en toda América Latina. No lo hizo como un capricho político, ni por ansias de poder, sino con la humildad que le nacía del alma y con la firme voluntad de convertir en realidad su lema más recordado: “La reconciliación es más bella que la victoria”.
Con muletas o con bastón, con el peso de una historia marcada por el dolor –el asesinato de su esposo, Pedro Joaquín Chamorro, símbolo del periodismo libre–, jamás se detuvo. Su andar fue firme aunque sereno, porque caminaba con la certeza de que el único rumbo que merecía su pueblo era el de la paz. Y así lo expresó desde el inicio: “Yo no soy la candidata de la guerra, soy la candidata de la paz”.
Ganó el perdón
Cuando el pueblo la eligió, aquel febrero de 1990, supo que no solo había ganado una elección. Había ganado el anhelo colectivo de dejar atrás los fusiles, las trincheras, las lágrimas de una generación entera. Lo supo bien cuando dijo: “El pueblo de Nicaragua ha votado no por el odio, sino por el perdón; no por la confrontación, sino por la reconciliación”.
Supo también que la travesía no sería fácil. Que una cosa era terminar una guerra y otra muy distinta reconstruir un país desde las ruinas morales y materiales que deja el conflicto. Pero tuvo el temple, la sabiduría y el coraje para liderar ese camino, el más difícil y también el más digno: “Mi gobierno no será de venganza, sino de reconstrucción nacional”.
Mucho le debe el mundo a esa claridad. A esa firmeza serena con que rompió paradigmas, incluso los de género. Cuando otros hablaban desde la violencia, ella hablaba de sanar. Cuando muchos callaban a las mujeres, ella las llamaba a participar en la reconstrucción: “En la historia de las guerras, los hombres pelean y las mujeres entierran. Yo quiero que las mujeres también construyan”.
Aprendamos de ella
Doña Violeta murió lejos de su patria, en el exilio en Costa Rica. En esta tierra que la acogió con dignidad cuando la tiranía la obligó dos veces a cruzar la frontera. Su deceso, sin embargo, no solo interpela al alma nicaragüense, sino también a la conciencia costarricense. Murió en un país que se precia de su democracia, pero que atraviesa días de confusión, tensión institucional y discursos de odio en plazas y redes.
Este momento debe ser un llamado. Aprendamos de doña Violeta. Honremos su legado. Que sus restos descansen en una tierra que sepa unir en vez de dividir, acoger en vez de excluir, escuchar en vez de gritar. Que su memoria nos enseñe que la paz no es solo ausencia de guerra, sino una construcción diaria.
Como ella misma dijo al entregar la banda presidencial: “No dejé sangre, dejé paz”. A mi hermano pueblo de Nicaragua, mis más sinceras condolencias. Y a los deudos de doña Violeta, un abrazo fraterno y eterno.
Que su luz no se apague nunca. Que su ejemplo siga iluminando nuestros caminos.
Doña Violeta Barrios de Chamorro tuvo el temple, la sabiduría y el coraje para reconstruir un país desde las ruinas morales y materiales que deja el conflicto. Foto: Archivo LN (Archivo LN/Archivo LN)
Periodista con 25 años de experiencia en comunicación y mercadeo. Ha liderado y gestionado estrategias de prensa y manejo crisis para diversas organizaciones. Profesor universitario enfocado en una comunicación clara, efectiva y con propósito.
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