Es común en Costa Rica que desde unos años antes de la jubilación se piense y planee comprar una quinta, un lugar tranquilo donde retirarse y, sobre todo, para que los fines de semana la propiedad esté llena de amigos y parientes que departirán en torno a la enorme parrilla o el horno de leña que se diseña en la mente.
Zacate bien recortado, depósito de leña y una bodeguita para guardar con llave las herramientas que se comprarán para podar, chapear y alistar leña para la parrilla.
Cuando al fin llega la jubilación, la búsqueda comienza en las playas y en las montañas, pero las compañías de bienes raíces han inflado los precios y son asequibles solo para los extranjeros que vienen a disfrutar como turistas de las bellezas naturales del país y se quedan para siempre.
Finalmente, cuando se consigue un terreno, allá en las remotidades de Río Frío o en los recovecos de Turrubares o Candelaria, algo quebrado, pero según el vendedor con una quebrada y una naciente de agua, empieza la pesadilla.
El sueño poco a poco se vuelve amargo. Las leyes de todo tipo impiden aprovechar el lote, porque está en zona de protección de un río, de una naciente, del bosque, del derecho de vía, de la falla que pasa por la propiedad o de alguno de los miles de impedimentos para tener un pedacito de tierra en paz.
A brincos y saltos, es posible construir una casa modesta, con el ranchito y la parrilla y el horno para cocer la pizza con la que se había soñado. Cuando se termina el dinero y todo está listo para que vengan los amigos y parientes a compartir el sueño, nadie llega, el polvo del camino no se levanta por los automóviles que debieran acudir en caravana hacia la quinta, nunca se escucha de madrugada la voz que llama desde el portón y poco a poco la soledad se transforma en un charral y se tiene que colgar el rótulo de “se vende” o de “se cambia por una fosa en el cementerio”.
Pocas verdades nos quedan del año que pasó y muchas más vendrán en el año que comienza. Es verdad que caímos al vacío, que el país está en manos del hampa, que el precio del dólar está manipulado, que la corrupción corrompe hasta la misma corrupción, que no pasa nada, nadie es culpable de nada y nadie paga sus culpas por nada. Mejor no hablemos de verdades. ¿Verdad?
Pero también cunden falacias, por ejemplo, que este año nos explotará el precio del dólar en la cara, que Costa Rica flota en mares de petróleo y gas natural, que podemos explorar y explotar hidrocarburos sin afectar la casi falsa imagen, y que ya nadie cree, de naturalistas, ambientalistas y pacifistas pura vida que tenemos en otros lares. O que van a terminar las guerras entre Rusia y Ucrania y entre Israel y Hamás, y no empezará ninguna otra, o que el país logrará detener la carnicería de jóvenes delincuentes alimentada por la hoguera de las drogas.
Lo que sí es muy evidente, es que Costa Rica se nos hizo predecible y no hay que ser adivino ni analista para pronosticar algunas cosas: poca participación en las elecciones municipales, la inoperancia de Acueductos y Alcantarillados (AyA) para dotar de agua potable a la población persistirá, así como las presas interminables en las rutas nacionales. La impunidad seguirá, aunque todas las comisiones comprueben lo que investigan. Algunos (pocos) funcionarios del Poder Judicial seguirán siendo el enemigo número uno de la población decente por dejar en la calle a delincuentes por público que fuera el delito. No se detendrá la matanza. Seguiremos pagando cada vez más impuestos a cambio de cada vez menos.
El autor es geólogo, consultor privado en hidrogeología y geotecnia desde hace 40 años. Ha publicado artículos en la Revista Geológica de América Central y en la del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH).
