
La primavera ha llegado a Ucrania después de un invierno terrible, pero la alegría de la nueva estación se mezcla con la dura realidad de la guerra.
Aunque habían dicho que sería el peor invierno de los últimos tres años, solo fue igual de severo. Lo bueno es que teníamos menos miedo, porque ya estábamos acostumbrados a bombardeos y escombros.
Me encanta la primavera, pero le tengo un poco de miedo a abril, porque celebro dos cumpleaños: el de mi hija y el mío y, además, los ortodoxos celebran la Pascua. Al final son demasiadas fiestas, demasiado esfuerzo, demasiado dinero gastado, demasiada comida poco sana y alcohol consumido. De alguna manera, me libré de celebrar mi cumpleaños, pero mi hija cumplía 17 años. ¡Diecisiete años! Hay tanta primavera y amor en este número, tanta esperanza...
Por supuesto, nos desvivimos por organizar una celebración. Después de esperar a que se durmiera, trajimos y escondimos en el balcón un ramo de tulipanes de distintos colores y la bicicleta azul con la que estaba soñando. Uf, ahora podemos ir a dormir. Por la mañana habrá que entrar de puntillas en su cuarto y cantar Cumpleaños feliz. Nos preocupaba que hiciera mal tiempo y tuviéramos que cancelar el pícnic con los familiares.
Pero nos despertamos a la 1 de la madrugada con explosiones en algún lugar cercano. Ocurre a menudo, casi todas las noches. La reacción depende del número de explosiones y del nivel de amenaza. A veces podemos leer en Telegram que se trata de drones enemigos derribados por nuestras fuerzas. Entonces, uno puede darse la vuelta hacia el otro lado y quedarse dormido. Pero cuando escriben que los misiles balísticos están volando hacia tu pacífica ciudad dormida, no deberías girarte hacia el otro lado; deberías ponerte la ropa interior, despertar a los niños y dirigirte a un refugio antibombas, a un estacionamiento o, al menos, a un pasillo.
Este era exactamente el caso: las explosiones estaban cada vez más cerca, su número crecía y el cielo estaba de color rosado. No tuve que despertar a mi hija; ella se levantó de un salto al igual que yo. Vivimos en la última planta y es el lugar más peligroso durante los bombardeos. Se escucha un dron sobrevolándonos y tiene un sonido a muerte nada agradable.
Después de vestirnos y tomar nuestras “bultos de ansiedad” (suelen ser mochilas o bolsos con documentos y pertenencias sentimentales), cogimos el ascensor hasta el primer piso. Luego debíamos salir al exterior y bajar al parqueo, donde había un lugar para sentarse; un guardia de seguridad traía agua y, si era necesario, café.
Pero imagínense las ganas que tiene una de salir a la 1 de la madrugada. De correr, encogida de miedo, bajo un cielo donde se está librando la guerra de las galaxias. Al final, decidimos quedarnos en la entrada de la planta baja, donde seguía siendo más seguro que en nuestra casa en la décima planta. No había ningún sitio donde sentarse, así que mi hija se apoyó en los buzones y se durmió de pie.
El ascensor se abrió y salieron dos muchachos de unos 10 y 15 años. Parecían estar casi dormidos; llevaban cobijas y almohadas en la mano. Probablemente, tienen su propio garaje en el estacionamiento, donde dormirán en su carro. Los envidié un poco. “Buenas noches”, me saludaron, muy educados, y desaparecieron tras la puerta, adentrándose en la noche.
“Buenas noches”, escribí en algún lugar de mi borrador. Mi hija se despertó y me preguntó a qué hora había nacido y si ya era su cumpleaños. Le mentí diciéndole que no. Le mentí diciéndole que todos esos misiles y drones Shahed eran del día de ayer. Pero que mañana iba a ser su fiesta. Se calmó, tal vez porque nadie quiere asociar su cumpleaños número 17 con un bombardeo.
Efectivamente, por la mañana toda mi familia se despertó cansada, pero en la calle hacía sol y nada se parecía a la noche anterior. Mi marido y yo nos colamos en su cuarto con flores y una bicicleta azul. Ella abrió los ojos y sonrió. “¡Feliz cumpleaños, nuestra bebé!”.
Todas las mañanas la saludo desde el balcón. La observo y pido en silencio a Dios que guarde y preserve a mi niña. Pero la mañana de su decimosétimo cumpleaños me olvidé de hacerlo. Porque mientras ella bajaba en el ascensor, abrí las noticias y leí.
Leí que unas diez personas habían muerto por la noche en Kiev cuando un misil impactó un edificio residencial. Las operaciones de rescate estaban en marcha. Había muchas fotos del lugar de la tragedia. Me llamó la atención un grupo de adolescentes. Esperaban a que sacaran de entre los escombros a su amigo Danylo, de 17 años. Y que estuviera vivo.
Soy dramaturga de profesión. Capto las paradojas. Una noche oscura y terrible bajo los bombardeos y una mañana radiante y soleada en la que algunos chicos celebran su cumpleaños y otros son sacados de entre los escombros... es una paradoja. La vida y la muerte son la principal paradoja. Pero también es una ley de la naturaleza. Entonces, ¿resulta que nuestra naturaleza se basa en la paradoja? El humor y la guerra son iguales. Cuando escribo sobre la guerra, uso mucho el humor. ¿Qué tiene de gracioso? La gente me pregunta después de mis funciones sobre la guerra. La guerra da miedo. La guerra no tiene nada de divertido. Pero es una paradoja.
Me doy cuenta de lo estúpida y ridícula que soy cuando me pongo la ropa interior durante una alerta antiaérea: me parece que así estoy más protegida. Me río de mí misma cuando pongo un colchón en el alféizar interior de la ventana del dormitorio de mi hija por la noche, esperando que se lleve los fragmentos de la ventana en caso de un impacto.
Es gracioso cuando, tras una noche en vela y bombardeos prolongados, saludamos a alguien con globos y canciones por la mañana. Cuando los niños dicen “buenas noches” aun si no son nada buenas. El humor me equilibra el miedo y la desesperación.
Estoy haciendo equilibrios. Pero tienen razón, en algún momento deja de tener gracia: Danylo, de 17 años, murió con sus padres.
Natalka Vorozhbyt es escritora, dramaturga y directora de cine ucraniana. Ganadora de varios premios ucranianos e internacionales. “Cartas de Ucrania” es un proyecto de la campaña de solidaridad latinoamericana ¡Aguanta Ucrania! en conjunto con PEN Ucrania, UkraineWorld y el Instituto Ucraniano.