PARIS – ¿La crisis económica actual está uniendo al mundo democrático en la ira tanto como en el miedo? En Francia, frente al cierre de muchas fábricas, una ola de toma de rehenes ejecutivos –"secuestro de jefes", como se llama a este delito exótico– está sacudiendo las salas de directorio y a la Policía en todo el país. En Estados Unidos, las grandes compensaciones que obtienen los ejecutivos de manos de empresas que reciben miles de millones de dólares en rescates con dinero de los contribuyentes –en especial, la gigantesca aseguradora AIG– han enfurecido a la opinión pública, con una prensa populista y un Congreso que alimentan la furia popular.
Gran Bretaña. De la misma manera, en Gran Bretaña, un público cada vez más inquisitivo y crítico hoy está aglutinando a banqueros y miembros del Parlamento en un clima común de sospecha. ¿La actual crisis está creando o revelando una creciente división entre gobernantes y gobernados? La furia popular es una de las consecuencias más predecibles, y ciertamente inevitables, de la actual crisis financiera y económica. El factor de unión detrás de esta creciente "furia" es el rechazo de la desigualdad tanto real como percibida -la desigualdad tanto en el trato como en las condiciones económicas.
En términos del credo de la República Francesa, "Libertad, igualdad, fraternidad", el primer principio, libertad, se convirtió en el lema de nuestra época después de la caída del Muro de Berlín en 1989; el segundo hoy está ganando una mayor relevancia a medida que la economía tambalea. ¿Puede una búsqueda renovada de libertad achicar la brecha tradicional que ha existido entre Estados Unidos y Europa? El "sueño americano" ¿se europeizará? Y, con la economía de su país por el piso, la esperanza secreta de infinidad de norteamericanos de que ellos también algún día podrían ser ricos ¿ahora le dará paso a una envidia al estilo europeo?
Peligro para EE. UU. Sería peligroso para Estados Unidos si las cosas llegaran tan lejos. Estados Unidos no es Francia –al menos, no todavía–. Pero parece obvio que una mayor desigualdad económica en Estados Unidos y, de hecho, en toda la OCDE, ha cebado la percepción de injusticia y de creciente furia. En Estados Unidos, a medida que remontó vuelo el sector financiero, la base industrial se contrajo marcadamente. Resulta evidente que en todo el mundo occidental, particularmente en los últimos 20 años, a quienes estaban en la cima de la escala salarial les ha ido mucho mejor que a aquellos en el medio o en la parte inferior. Mientras los ricos se enriquecían, los pobres no se empobrecían, pero la brecha entre ricos y pobres se expandió significativamente.
La actual crisis puede haber erosionado seriamente la riqueza de muchos de los muy ricos, destruyendo sus activos de una manera sin precedentes. Pero el miedo, si no la desesperación, de los pobres y de los no tan pobres ha aumentado de forma tremenda.
Por supuesto, las desigualdades entre los países son una cosa, y las desigualdades dentro de los países, otra muy diferente. Pero hoy los dos procesos se están produciendo simultáneamente y a un ritmo acelerado. La furia ya no está limitada a fuerzas anticapitalistas y antiglobalización extremas. Un profundo sentimiento de injusticia se está propagando en grandes segmentos de la sociedad. Esta sensación de injusticia es contenida solo en parte por consideraciones políticas en Estados Unidos, gracias al "factor Obama", un fenómeno raro que se puede describir como el restablecimiento de la confianza en los líderes políticos propios.
El caso de Francia. Pero cuanto más se desconfíe de la política y los políticos propios, mayor será la furia que se manifieste de maneras incontrolables, especialmente si el propio país está impregnado de una tradición y cultura "revolucionaria" romántica. Es el caso de Francia, obviamente, donde contrariamente a lo que pensaba el historiador francés François Furet en el corolario inmediato del colapso del comunismo hace 20 años, la Revolución Francesa ni terminó ni es un capítulo cerrado de la historia.
En Francia, la decreciente popularidad del presidente Nicolas Sarkozy y de su principal opositor "clásico", el Partido Socialista (todavía profundamente dividido y en busca de un líder), favorece el ascenso de la extrema izquierda detrás de la energía y el carisma de su joven líder, Olivier Besancenot. En Estados Unidos, sucede lo contrario. La popularidad del presidente Barack Obama sigue básicamente intacta y actúa como una especie de silenciador de una explosión de furia descontrolada.
Es posible, aunque dista de ser una certeza, que lo que Obama describe como una "luz tenue" de esperanza en EE. UU. baste para mantener a raya la furia popular y generar una recuperación de la confianza en la política y los políticos. Y el descontento europeo probablemente continúe creciendo, no importa lo que suceda en EE. UU.. La recuperación económica, cuando se produzca, posiblemente dé comienzo en EE. UU., pero es probable que la sensación agudizada de injusticia de la población, y los resentimientos resultantes perduren, envenenando la política en el mundo occidental mucho después de que haya pasado la crisis.