El entorno define la cultura de una población. El conjunto de viviendas, edificios y sitios públicos genera un sentimiento de pertenencia, nos define como comunidad y nos conecta con nuestro origen para ofrecernos seguridad de la senda a seguir en los siglos futuros.
En esa línea, nuestra ciudad de Alajuela ostenta un conjunto escultórico centenario en un lugar singular, destinado hace 134 años a ser el espacio de encuentro social.
Cuando, a partir de abril de 1884, el entonces secretario de Fomento, Bernardo Soto Alfaro, impuso a la compañía del ferrocarril construir la estación del tren de Alajuela a dos cuadras del parque Central, ya tenía en mente la localización del futuro parque Juan Santamaría, inaugurado en 1891.
Es un espacio, que, a lo largo de las décadas, ha sido objeto de numerosas transformaciones. Algunas muy gratas, que fortalecieron nuestro vínculo vital con Alajuela (¿cuántas generaciones fabricaron “perfume” con alcohol y hojas de “ilán-ilán”, disfrutaron de la elevación de los globos hechos por “Calián” y sus cofrades, aprendieron a patinar o andar en bicicleta en aquella explanada bicolor, gozaron de los “conciertos de las luces” y el “baile de la polilla”?, entre una larga lista de actividades masivas); otras, no.
Felizmente, su esencia primigenia es constante hasta nuestros días: servir como escenario de concentraciones políticas, populares, cívicas y celebraciones de triunfos deportivos. Es uno de los pilares de nuestra cultura alajuelense.
El conjunto escultórico
Nuestra Alajuela ostenta una obra de arte única e irrepetible. Única, porque fue contratada exclusivamente para nuestro paisaje urbano. Irrepetible, porque sus autores, Arisride Croisy y Gustave Deloye, fallecieron hace más de un siglo.
Tal representación de Juan Santamaría, aunque menospreciada por algunos, debe ser valorada en toda su dimensión artística y cultural.
El monumento suma importantes aportes vernáculos, testimonios del verdadero ser alajuelense. Somos producto de migraciones: el orfebre colombiano Manuel Jirado Ibarra unió con singular maestría las piezas en que la estatua llegó dividida desde Europa. También, el italiano Guiseppe Bulgarelli, artesano de la talla en piedra, elaboró el enhiesto pedestal, que por 134 años ha soportado terremotos y, en alto, al soldado inmortal. Ambos, fundadores de respetadas familias de nuestra comunidad.
Igualmente, profundos conceptos se derivan del conjunto escultórico: la tea, símbolo de libertad y verdad. La cara nos recuerda la sangre y la herencia africana que corre por nuestras venas. La bravura del león africano, valor principal achacado al equipo de balompié fundado en 1919. Es otro de los firmes pilares de nuestra cultura alajuelense.
Aviesas intenciones
Cuando, en 1955, se intentó trasladar el monumento de Juan Santamaría a la conocida plaza Acosta, los alajuelenses impidieron tal acto.
Hoy, es deber alajuelense alzar la voz. En días pasados, en el seno de la Comisión Especial para la Construcción del Nuevo Edificio Municipal, se puso sobre la mesa una propuesta para desechar un acuerdo firme del pasado Concejo Municipal (producto de años de discusión y estudios científicos, que primaron sobre intereses políticos) de levantar el inmueble en el mismo lugar que ocupó la demolida sede del gobierno local, para –sin mayor explicación que “el crecimiento futuro”– edificarlo en el parque Juan Santamaría.
¿Cuáles aviesas intenciones están detrás de esa intempestiva iniciativa? ¿Un parqueo subterráneo como negocio cedido a manos privadas? ¿La continuidad indefinida del status quo de la “plaza Tomás Guardia”? ¿Cómo afectarán esos potenciales trabajos invasivos nuestro monumento centenario? ¿Desaparecerá el parque Juan Santamaría para dar lugar a un edificio burocrático? ¿Qué será de la obra de arte? ¿Eliminarán el gran mural, instalado hace poco más de una década?
¿Tenemos capacidad de visualizar y pensar en las generaciones futuras sin un lugar culturalmente tan robusto? ¿Podrá ese bloque de concreto, crear un espacio seguro y eficiente para quienes disfrutan del parque infantil y se educan en la escuela primaria, ubicados frente a los extremos de esa manzana, o para la cantidad de personas y autobuses que se aglomeran en la estación localizada a escasos 50 metros, tomando en cuenta el aumento del flujo vehicular generado por funcionarios y usuarios, más las busetas estudiantiles, autos de padres de familia, clientes de comercios circundantes y buses que usan la avenida 2 como parte de su ruta?
Mucho se dice y se escucha. Lo esencial es que la Municipalidad de Alajuela cambie su línea de conducta que, por muchos años, ha demostrado desprecio por el patrimonio cultural alajuelense. Que ahora verdaderamente proteja y conserve todo aquello, material e inmaterial, que nos hace alajuelenses.
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Ronald Castro Fernández es investigador independiente alajuelense.
