El ejercicio del poder implica grandes responsabilidades y múltiples satisfacciones cuando los esfuerzos se dirigen a atender y resolver las demandas ciudadanas, cuando se generan cambios en beneficio de la sociedad y cuando se ejerce con ética y transparencia. No obstante, tiene un lado sombrío capaz de desnudar temibles personalidades similares al Mr. Hyde de la novela de Stevenson. Más aún, cuando no se logra comprender lo efímero de un cargo político y lo largos que se hacen los años fuera del poder, asumiendo las responsabilidades de un ejercicio poco íntegro.
En la mitología griega, encontramos referencias al concepto hybris, el cual define al héroe que conquista la gloria y que, ebrio de poder y de éxito, comienza a comportarse como un dios, capaz de cualquier cosa.
Esa embriaguez de poder ha sido estudiada a lo largo de los años y alerta de las consecuencias de caer en ella y, por lo tanto, en actitudes que van desde la soberbia (catalogada por Dante como uno de los pecados capitales), la megalomanía y la paranoia, hasta las excentricidades más lamentables por no saber controlar impulsos mientras se ejerce un alto cargo de responsabilidad.
Así, se llega a un momento cuando algunos de quienes ejercen el poder dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones obcecadas porque piensan que sus ideas, y solamente sus ideas, son las correctas.
Adulaciones. No obstante, este fenómeno puede venir aparejado de otro riesgo, y es el de hacerse aconsejar solamente por aduladores, aquellos a quienes Maquiavelo califica duramente como una peste, pues los seres humanos, influyentes o no, tendemos a ser orgullosos y vanidosos. Nos gusta escuchar que todo lo que hacemos es perfecto, nuestras decisiones son las óptimas, nuestra imagen es la más agradable y nuestra inteligencia, dotes de mando y organización, así como nuestra capacidad de influencia y negociación, son dignas de los más grandes líderes.
Eso expone a quien detenta el poder seriamente a terminar caminando desnudo como el emperador del cuento de Andersen, que creía vestir de finas telas, mientras desnudo hacía el ridículo ante su pueblo.
Igualmente riesgoso resulta, para quien detenta el poder, cruzar la línea entre la admiración y el respeto hacia un mentor político todavía con alguna vigencia en la toma de decisiones para convertirse en caja de resonancia de alabanzas desmesuradas hacia esa figura de poder, desdibujando su propia personalidad y agenda temática.
Pero también es Maquiavelo quien alerta al príncipe, hace más de 500 años, de la inconveniencia de rodearse de mercenarios, pues viven ejerciendo sus labores por un mero interés económico, sin disciplina o convencimiento con las causas y proyectos que se defienden, pues si se les presenta una mejor oferta en términos económicos no dudarán ni un segundo en colocarse del otro lado de la trinchera y atacar con ferocidad a quien antes les abrió las puertas y les brindó su confianza.
Precipitación. Todo esto se agrava en una época como la actual, altamente interconectada mediante múltiples plataformas de información, que llevan a quienes detentan el poder a intentar ser los primeros en decir algo de manera precipitada y la mayoría de las veces sin mayor sustento técnico o contenido lógico, acompañados de un selfi y 280 caracteres que pueden terminar de empeorar las cosas para su imagen, su trayectoria y la seriedad con la cual son percibidos por la sociedad.
No hay ser humano 100 % inmune a estos fenómenos. Así que corresponde hacer un muy personal ejercicio de autopercepción para evitar el riesgo de cometer esta serie de lamentables imprudencias que no son tan difíciles de detectar, pero sí muy tentadoras como el cántico de las sirenas mitológicas que llevaban a la desgracia a incautos marineros.
Tomemos en consideración que ejercer el poder desde la política, en el mejor de los sentidos, es el arte de hacer posible lo que parece imposible, ciencia de diálogo y voluntades, vocación de personas nobles y con espíritu de servicio. Ejercicio que implica seriedad y responsabilidad, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Mientras que la embriaguez de poder es capaz de dejar una resaca que perdurará por muchos años.
El autor es politólogo.